viernes, 18 de enero de 2008

El sur de la ciudad


Mitología del sur de la ciudad.

El tapiz aéreo de las jacarandas no fue un argumento que explicara el eclipse que estalló en su vientre esa mañana. Ella sintió la tentación temprano pero apenas tuvo ánimo para suponer que la naturaleza declinaba sus ciclos y que simplemente amanecía de otra manera. La incertidumbre de sus tempestades todavía no aclimataba sus reclamos a la nueva circunstancia. Ella sintió, pero en ese tiempo aún desconocía que este mundo se rige por las estaciones de la sangre.
Era el sur de la ciudad y la gramática de su temperamento modificó sus paradigmas y sus exigencias. Con la curiosidad de faraona que capotea la tempestad, ella se auto proclamó mártir de la desolación, lo único que parcialmente supo fue que su piel no tiene sosiego sin el psicoanálisis que en sesiones imprevistas él ejecutaba, sin mayores contingencias ni diagnósticos ambivalentes con su tacto.
En su adicción por la caricia Ella nunca pone interrogación a los escrúpulos: su misterio es el caballo de una Troya contemporánea que al ritmo de su propio viento se incrusta en la memoria de nuestros fantasmas, mientras a mi, una nueva cruzada de Sulamitas perturba mi retiro y me inscribe en esa esgrima que sostiene con la naturaleza abstracta de sus conceptos.

El dragón espera, Ella dice que también espera.

Sigue siendo el sur de la ciudad y la antropofagia condimenta sus laberintos con rituales que pretenden ocultarse, pero la piel no tiene amnesia. Cada poro es un onomástico que espera la festividad y el homenaje a la simetría que sus cuerpos alcanzan en esos precipicios diurnos que ni el más antiguo calendario de Galván consigna.
Santoral de nada, del nadie en que convierten su osadía. Eso es el equilibrio, la festividad temprana en la que los dos callan esos argumentos que en un contexto diferente conjurarían los alcances de esa tentación que levita más allá del plagio, porque plagios somos en medio de esa turbulenta multitud que en su prisa nos ignora, pero nosotros nos sabemos. Conocemos de memoria cada respingo como un diácono dice conocer los avatares que San Juan alucinó en esa Patmos que se encuentra lejos de nosotros y nos hace inmunes a la ira apocalíptica predicha y no nos queda más remedio que acatar las órdenes dictadas por la cercanía.

Solo entonces Ella comprendió la tentación. No supo cómo desprenderla su carne y desde siempre acecha. Desde entonces sus banderas ondean y proclaman la victoria en cada encuentro. Ella se atiene a los arrecifes sanguíneos y comprende que el torrente de impaciencia que gravita en sus arterias obedece a un cambio de estación y aclimata sus arrebatos, atempera sus exigencias y solfea tonadas que quisiera apócrifas pero Aute no se presta a ese juego y, resueltos los enigmas, Ella espera, dice que de verdad espera y su paciencia recibe como trofeo pétalos de jacarandas y teje sueños, Penélope temprana, y sigue siendo el sur de la ciudad mientras Ulises zarpa las entrañes de la tierra y proclama en el vagón que el amor es eso, la declaración de una promesa posfechada.

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