miércoles, 11 de noviembre de 2009

Kikín Mejía

Federico Mejía, Chimalhuacán, México, 1957. Distrito Federal, 2009.

I El arribo

Ese 28 de octubre de 1957, Melitón Mejía tuvo que modificar sus planes. Como buen mexicano, hombre devoto y marido cumplidor, tenía previsto ir temprano al templo de San Hipólito y concluir un Triduo en homenaje a San Juditas, abogado de las causas difíciles y desesperadas.
Sin embargo, al salir de su casa, ubicada en Chimalhuacán, dos pronósticos le hicieron saber que sus planes se pospondrían hasta el 28 de noviembre, por lo menos, si no es que hasta el año siguiente. Esos pronósticos fueron sonoros y luminosos. Sonoros porque antes de cerrar a sus espaldas la puerta de su domicilio, un tremendo alarido de su esposa le anunció que el trabajo de parto se había anticipado algunos días y que su hijo no le daría el gusto de celebrar el Xantolo con su nacimiento. El otro fue un extraño arco iris que se dibujaba, espléndido, en el cielo grisáseo de esa mañana.

Total, dijo Melitón Mejía, no celebraremos el día de muertos pero tendremos un Tadeo en casa.

Evaristo Mejía llegó al mundo lubricado por el llanto de su madre ese 28 de octubre, en su mismísima casa ya que su desesperación por llegar a este valle de lágrimas no permitió que Margarita llegara al sanatorio más cercano y Melitón tuvo que pedir auxilio a la comadrona del vecindario.

Se llamará Tadeo, proclamaba Melitón, faltaba más, faltaba menos. Fíjate que ahí si no, protestó Margarita, -ese era el nombre de su esposa- mi hijo no llevará ese nombre, de ninguna manera. Su nombre debe ser tan brillante como el arco iris que le dio la bienvenida esa mañana.

Federico, convinieron después de renunciar a las mutuas intransigencias, a las tentaciones onomásticas del calendario o la tradición de honrar a familiares apreciados. Se llamará Federico porque ese es el nombre de Chopin y significa en celta, Reino de paz y su personalidad tiene un fuerte poder físico. Firmeza en su voluntad junto a un inflexible vigor mental. Federico es alguien que detecta con facilidad la deshonestidad o el engaño en los demás, a condición de que no esté implicado emocionalmente. Su nombre irradia simpatía y sensibilidad para atraer la confianza de todos y es dueño de una naturaleza inquieta en la búsqueda de ideales humanitarios que se puedan expresar como ayuda a los demás en la vida cotidiana.

II La coronación

Bueno, yo soy Federico Mejía, Kikín Gemía, me dicen los íntimos, tengo 22 años, soy estudiante de Ingeniería en Sistemas Cosmetológicos, Diseñador freelance del los mejores looks faciales, corrector destilo y a hurtadillas geek, fotógrafo y aficionado a contemplar amaneceres anclado a la mano de algún desconocido. Mi signo zodiacal es la casualidad y mi elemento el fueeego. Por una broma del destino no soy mujer, pero por justicia propia Soy Impetuosa, rebelde y voraz, caprichosa, violenta como toda mujer, como todas. No soy fruta prohibida de nadie, como toda mujer, como aquella y como usted.

Y en realidad, Federico Mejía dejó claro esa vez, que el pronóstico del santoral al que lo encomendó su mamá, casi en nada se cumplió. Más allá del “reino de paz”, que encierra el significado celta de su nombre, por ninguna parte de su personalidad se vio el fuerte poder físico ni la firmeza en su voluntad.

Federico siempre claudicó ante el poder de los demás y, aunque detectara con facilidad la deshonestidad o el engaño en los otros, jamás se alejó de ellos, al contrario, estuvo implicado emocionalmente en un incontable albedrío de relaciones en las que lo único que sobresalió fue su simpatía y sensibilidad; en cuanto a su naturaleza, es verdad que resultó inquieta, pero de los ideales humanitarios que se esperaban de él, solamente se pudo apreciar su férrea determinación para no faltar a las marchas que cada 20 de junio se realizan en la ciudad y más de una ocasión estuvo a punto de alcanzar la gloria de su militancia gay: ser coronado como soberana apocalíptica con guirnaldas de oropel y cetros de pellón y bies, pero se tuvo que conformar con portar la banda policromática con los colores del arco iris que corresponden al segundo lugar. La proclama melódica de ni princesa ni esclava… también sucumbió ante esta distinción, aunque, forzando la memoria, Kikín sí fue soberana gay en una marcha, a ver, déjenme ver...

Fue en la Marcha del 97. Sí, ya lo recuerdo. Justo cuando la dicharachera multitud hizo la parada obligatoria frente al Hemiciclo al Benemérito de las Américas, ahí en donde el Patricio de San Pablo Guelatao gobierna con la serenidad de su mirada el sur del Anáhuac, en ese pedestal importado de Carrara y a cuyos pies, mánsamente dormitan las 19 toneladas de los dos leones que lo protegen y que ese día, por algún prodigio del atrevimiento se encontraban con la melena cubierta por un par de estolas policromas, lo que los obligaba, escenográficamente a la solidaridad con los manifestantes. Los límites de los seis colores en sus estolas eran fronteras incluyentes a un territorio en donde todos eran bienvenidos.

Teniendo el semicírculo como foro y los peldaños cono estrado, la Diva Adelfa pudo conquistar algunos centímetros en el bullicio de la multitud y dejó escuchar la ternura de su voz de tenor: “todas y todos, un minutito por favor, moderen su algarabía, hay, mi vida, claro que tú también, ha llegado el momento de entregar el cetro y la guirnalda a quién en esta marcha hemos elegido como Miss Hemiciclo y se trata nada más ni nada menos que de Kikín Gemía, que pase por favor, por favor déjenlo pasar”

La gloria en las contiendas del glamour de Kikín alcanzó, pues, su mayor esplendor en los minutos que faltaban para arribar al Zócalo y él, pues muy feliz, presumiendo ese cetro circunstancial y esa guirnalda de violetas y tulipanes con la que fue tocada su testa.

***

Aparición insólita en la Calzada de Tlalpan, con frecuencia tuvo que sobornar con caricias fingidas el acoso de los patrulleros trasnochados que, movidos por su perversión o por no tener otra alternativa se consolaban en él. En un arrebato de dignidad, contrajo nupcias con la soledad y en uno de esos amaneceres como el que lo vio nacer, se enfermó de las vías respiratorias y se tuvo que ir a dormir.

Este 28 de octubre acudiría al templo de San Hipólito, pero dos augurios le indicaron que no podría asistir y que debería posponer su devoción. Uno de esos presagios fue sonoro y el otro luminoso. El primero fue un extraño ronquido en su garganta y el segundo fue la oscuridad.

III Acta final

Nombre: Federico Kikín Mejía.
Lugar de nacimiento: Chimalhuacán, México.
Fecha de nacimiento: 28 de octubre de 1957.
Lugar de defunción: Distrito Federal.
Fecha de defunción: 28 de octubre de 2009.
Ocupación del occiso: Ingeniero en Sistemas Cosmetológicos, Diseñador freelance del los mejores looks faciales, corrector de estilo, a hurtadillas geek, fotógrafo y aficionado a contemplar amaneceres anclado a la mano de algún desconocido, soltero, sin hijos ni esposa, Hijo de Melitón Mejía y Margarita Palermo.
Causa de defunción: neumonía.
Sitio en que fue sepultado: Panteón de San Luis, Chimalhuacán, México.

lunes, 27 de julio de 2009

Acuérdate, Levitación


-Acuérdate, Levitación, acuérdate, las campanas ese día en la Catedral. No fue el azar lo que determinó que esa mañana su repique fuera así. Tampoco se trataba de celebración especial ni había fiesta anunciada. El repique de ese día correspondía al servicio litúrgico normal, Laudes y Prima, pues nunca supimos que el Papa estuviera aquí; tampoco hubo Congresos eucarísticos que celebrar ni hubo luto en el Venerable Cabildo para que el repique fuera fuera diferente al habitual. Desquiciadas, Levitación, ¿cómo lo puedes olvidar?

-Acuérdese también usted, Niní, acuérdese. Fue lunes ese día, recuerde que no importaba el mes ni el día de la semana en que cayera el 12, pero esos días yo no iba con usted. Y es por mi devoción. Esos dias emprendía yo mi propia peregrinación. Antes de que saliera el sol empezaba a caminar. A la Basílica, Saturninita, hacia allá me dirigía yo.

-Podrás decir lo que quieras, Levitación, pero ese día el campanero enloqueció. El primer badajo que rasgó la expectación, sin duda fue el de “Santa María de la Asucnción”, y posterior a ella, todas las demás. La gravedad con que tañían, Levitación, no podía ser un llamado a devición. Con otro repique se sumó "Santa María de los Ángeles" y luego el sonido solemne de “La Ronca”. A ese loco estrépito, como coro enfebrebecido, en cánones fuera de si, La “Purísima Concepción” también sonó y mi temor crecía y tuve que rezar, Levitación, Misterios Gozosos, Primer misterio, La Anunciación, “El ángel dijo, No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, vas a cocebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísmimo”.
Pero las campanas continuaban ese ritual de confusión y nadie distinguía su repicar. Entonces, la llamada “Purísima Concepción” también clamó y mi súplica ya no se pudo detener, y ahí, amedrentada, bajo el Portal de Mercaderes, continué con mi oración. Segundo misterio, La Visitación y es que por lo menos la virgen tenía a su prima Santa Isabel para visitar, pero yo, Levitación, ¿a quién podría visitar si para todos era una pecadora y nadie me quería ya? “En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre; y ¿de dónde a mi que la madre de mi Señor venga a visitarme?”
Tan- Tan- Tan, las esquilas y los esquilones no dejaban de sonar y “Nuestra Señora del Carmen” también dejó escuchar su inconfundible sonoridad y yo seguía sin poder callar, sin soltar el rosario pero sin poder hincarme en las baldosas del portal. Tercer misterio, El nacimiento de Jesús y en ese momento lo único que me sobrevivía era la esperanza de poderlo ver a él, ya sabía que no se quedaría y el problema con mi hijo tendría que resolverlo yo “Y sucedió que, mientras ellos estaban allí se cumplieron los días de alumbramiento y dio a luz a su hijo primógénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenía sitio en el alojamiento. Había en la misma comarca algunos pastores… se les presentó el Ángel del Señor… y les dijo: no temáis, pues os anuncio una gran alegría, os ha nacido un salvador…” Pero yo no tenía salvación ni a donde ir, ni siquiera tú, Levitación, ni siquiera tú estabas allí. Mi hijo tampoco tenía dónde nacer. Yo no me podía quedar expuesta a la furia de todos esos Herodes resentidos, esos que me acusaban de “Margarita” y me insultaban al pasar. Me tenía que ir, Levitación. No me podía quedar.
También sonó el bronce de tu preferida, de “Nuestra Señora de la Piedad” pero mi porvenir se anunciaba impío, las tropas hacían honores, todos formados en torno a la Plaza principal, dispuestos a partir. La Puerta Mariana de Palacio Nacional estaba abierta y también la puerta principal, toda la tropa lista para cabalgar, para estar lejos de mí. Cuarto misterio La Presentación: “Llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón que esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo… Y así fue Levitación, las intenciones de mi corazón estaben descubiertas y desamparadas, sin posibilidad y yo no puede presentar el fruto que en mi vientre crecía, y eso era una barbaridad.
Tan- Tan, “Santa Bárbara” también tañó, pero para esa hora todo era desolación. Los dos ejércitos se encontraban afanados en su pabellón y los honores no se hicieron esperar. Bang, Bang, Bang, treinta salvas continuas de cañón y del asta principal arriaron la bandera de la invasión, la escolta la dobló con pulcritud y la entregó al soldado que la conduciría de regreso a su país.
Bang, Bang, veintiuna salvas de honor y la Bandra Nacional empezó a ascender el asta de la plaza principal. En un acto de impecable sincronía, en el asta de Palacio nacional otro lienzo tricolor se izó y mi esperanza entendía que ya no lo iba a ver. Imposibe en medio de esa multitud. Tan-Tan, Bang-Bang, los cañones de la artillería, las campanas de la Catedral, el laberinto de mi vida, el repudio de la sociedad, el abandono familiar. Quinto misterio El Niño Perdido y Hallado en el Templo “Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fieta de Pascua… Subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres… Se volvieron a Jesuralén en su busca… Al cabo de tres días (el inefable tres en la vida de Jesús), le encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas”.
Y mi estupor no era menor. Veía desde ese portal cómo todos ellos iniciaron el camino de regreso y la columna parecía no tener fin, como no tendría fin la búsqueda que yo emprendía. Encontraron al Niño en el Templo, pero yo, al general, ¿en qué lugar lo encontraría? No hubo inteligencia ni respuestas para mí, sólo el sonido ronco de “Nuestra Señora de Guadalupe” cuando chocaba su badajo con el caparazón que lo cobija y no estoy tan segura Levitación, de que también sonara la esquila llamada “San Joaquín y Santa Ana” porque estuve atenta al desfile de la multitud, cerca de catorce mil soldados yanquis y en ninguno pude verlo a él.



-Sí, doña Levitación, de entre todas ellas, las que más me atraen, por sus historias, por su sonoridad, son “Doña María”, “La Ronca” y “La Castigada”. ¿Sabía usted que hubo un campanero mayor en Catedral llamado don Polo? Bueno, pues platican que había momentos en que al él solo le resultaba imposible hacer sonar a todas las campanas para anunciar la agenda missarum o el llamado a Sexta, por lo que nunca faltaban los acomedidos que se ofrecieran a auxiliar y cuentan que por los años cuarentas, un joven de 18 años, campanero sin experiencia, al estar girando esa campana, por desgracia no pudo retirarse a tiempo y el contrapeso de "La Muda" lo golpeó en la cabeza. El improvisado campanero falleció y durante el funeral de aquel joven, los Canónigos de la Catedral decidieron hacer un ritual para "castigar" a la campana. Después de quitarle el badajo fue amarrada a una pared del campanario y le pintaron una cruz. Por más de cincuenta años cumplió con el castigo, hasta que el Año del jubileo, Monseñor Rivera la absolvió y volvió a sonar, aunque se encuentra severamente dañada por el abandono.

-Pero, ¿Cómo es que las conoces tan bien, Seimayi?, hasta pareces campanero de la Catedral, -carraspeó Levitación al tiempo que apuraba de un trago el café que había servido en su jarro sin decoración.

­-Huy, doña Levitación, la Catedral se ha convertido en verdadero tour, en un paseo de diversión. Mire, todos los días se dan visitas guiadas y una persona experta, bien documentada, y no es que sean historiadores de academia sino personas que han memorizado cada historia y las anécdotas que a los visitantes les puedan impactar. Uno puede ir después de las 10:30 y antes de las seis de la tarde, pagar el costo de la visita y en cada paso entre las torres, los peldaños, sobre las bóvedas, escuchamos como se repite la historia de la Catedral y como se fueron instalando las campanas en ese lugar.

-Te contaré otro secteto, Seimayi. Don Recíproco Jesús Oyarzábal González y Moral, tenía una afición como la tuya. Le encantaba el sonido del metal. El bronce era su otra devoción. Conocía con exactitud el registro sonoro de cada campana de la Catedral. Nosotras conocimos bien a don Jesús porque era el confesor de Saturnina, de Niní, como de cariño la llamaban él y el general. Era un cura muy joven que actuaba como si fuera el mismísimo Arzobizpo Primado de la Arquidiósesis, y lo hacía así por la protección y el afecto que le tenía Su Santidad. Ellos anduvieron juntos en la Misión Apostólica que León XII envió para evangelizar a los países de América del sur. El padre Mastai Ferretti y el padre don Recíproco Jesús se tenían un aprecio sin igual. El primero se convirtió en Pio IX y desde Roma, con todo su poder, quiso que su amigo fuera el Arzobispo de la Diósesis pero algo lo impidió. De todos modos, don Recíproco Jesús podía hacer lo que él quisiera y nadie se atrevía a contravenir su decisión, por eso, estoy segura de que el sonido de las campanas ese día fue por orden de del padre don Jesús. Sólo a él se le podía ocurrir dar voz solamente a las campanas con nombre de mujer. Nada más a él.

miércoles, 17 de junio de 2009

La esperanza de Seimayi


Sin duda esos eran los 126 segundos de más esquizofrenia en la vida de Seimayi Kurnikova. De tanto padecerlos, ya sabía que cuando los disparos del cañón sumaban veintiuno eran en honor al presidente quien, por alguna efeméride importante, acudía personalmente a la ceremonia en la Plaza cívica en la Secretaría. Veintiún descargas de artillería con intervalos de seis segundos entre cada disparo. 126 segundos.
Lo sabía de memoria como si también participara ella en la ceremonia, aunque en realidad odiaba esa rutina y no es que fuera antipatriota o no sientiera admiración por algunos de los héroes que nos dieron patria, pero tanta ráfaga de artillería la tenían siempre al borde del grito.
-Veintiún disparos, seis segundos entre cada uno, la bandera insignia del Mando Supremo tiene cinco estrellas blancas en la franja verde y ese júbilo o esa malancolía ondean al viento como los pañuelos blancos en las despedidas.


Con ese soliloquio que la hacía sentir como maestro de ceremonias, Seimayi prefería evadirse y encaminaba su andar hacia zonas menos estridentes. Francisco Sosa era uno de los destinos recurrentes cuando esas ansias de fuga la asaltaban. Esa era la ruta de su escape porque sabía que, como la primera vez, sin duda la conducirían a la plaza del folklore, la plaza del multiflolklor en donde admiraba las artesanías, en donde su primer desafío al look consistió en llenar su pensamiento -y su cabeza, con la policromía de los listones y las trencitas que no mucho después se convertirían en las rastas ceremoniales de su nueva personalidad. La rutina y el ritual se fundían en esas evasiones, en ese ponerse a salvo de las salvas del cañón.
Mientras caminaba, como una extraña devoción, jugaba entre sus dedos con las chaquiras de su collar. Las recorría como si fueran las cuentas del rosario de las seis: Misterios Luminosos, Segundo Misterio: "Su atorrevelación en las bodas de Caná". Se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y como faltaba vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: No tienen vino. Jesús le responde: ¿qué tengo yo contaigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora. Dice su madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga". Con esas palabras, Seimayi Kurnikoba recordaba el fervor de Levitación Guzmán. Sin dejar de camirar, como pronunciando alguna letanía absolutoria recordaba la simbología que ya le daba identidad: Las chaquiras rojas de su collar de rastafari simbolizaban la sangre derramada y ella, en un acto de contrición reconocía que lo que más amaba de África era el arrojo de Mandela y el fin del Apartheid; las chaquiras verdes son la representación del paraíso que estaba muy lejos de su alcance, son el símbolo de la tierra de las mitologías con las que ella construía su imperio onírico, son la idealización de la tierra del ritmo y la percusión de los yambés entre los que prefiere el Atabanque, porque está hecho en madera de Jacarandá de forma cónica y usados en rituales de candomblé y umbanda, de estos conoce el Rum, el Rumpi y el Le. Otro de sus favoritos es el Tambori del que se afirma que porta artículos misteriosos en su interior, como el corazón de un enemigo, o una copia antigua del Corán. Las chaquiras negras son el punto de contacto entre su nostalgia y el color de la piel de Onírico Valdez que, más que negro, era una variación entre mulato y morisco y a quien animaba en la intimidad con las palabras –así, mi negro, asi, y esas palabras eran una especie de conjuro o de refugio que tornaban más amable la espera que de tan acumulada ya la empezaba a aniquilar. Y se vuelve a refugiar en el recuerdo y recrea en su mente ese cuerpo que tal vez no sea de negro ni mulato, ni morisco, sino simplemente lo recuerda, en un arrebato de lirismo y lo añora como el palo de rosa cuyo color es una combinación de pétalos, oros y ocres con una mezcla perfecta y armónica de azules, que al tacto es duro y firme pero al manejarlo es suave y despues de un tiempo de estar en las manos de una se calienta y logra ser parte de una dejándome su incomparable olor que ninguna madera tiene y su textura es indescriptible para todo aquel ajeno a las bondades de esta madera que bien puede ser dura y firme como el acero o suave como el nombre que lleva.... así te recuerdo, Onírico Valdéz. El amarillo, símbolo de la esperanza, le murmuraba siempre que su destino se cumpliría plenamente cuando regresara al altiplano, a esa casa de San Luis tan próxima a la estación del tren, descubierta cuando la celebración de Santiago Apóstol, cuando ella, sin tener otra cosa que hacer, se sumó a los cientos de feligreses y peregrinos que acuden a este sitio portando ofrendas florales que depositan en la iglesia y cientos de velas que encienden en los altares de la misma y que contribuyen a darle un aspecto realmente esplendente y fascinante; igualmente se maravilló con las danzas en la calle y la multitud bailando en La Marmota, pero también esa ocasión en la Alameda la impresionaron las parvadas coreograficas de las golondrinas que por el vértigo del vuelo y por la cantidad hicieron primavera en su memoria desde la primera vez.

Sí, regresaría en cualquier momento a la casita de la anciana con las manos repletas de artritis y de bondad el corazón. Al fin que escuchar las historias que ella no se cansaba de repetir era fascinante. Historias surgidas en el delirio de Levitación Guzmán, pensaba Kurnikova, aunque Levitación siempre se empeñó en afirmar que eran verdad.


–Tengo que volver, tego que volver-, era el estribillo que marcaba el ritmo de sus peregrinaciones, la magnitud de su esperanza.

miércoles, 10 de junio de 2009

Ni poeta ni agachado, sólo intimidad

Recientemente, Roberto León Santander publicó su primer libro de poesía: Ni poeta ni agachado, sólo intimidad.
El libro se publicó bajo el sello de "SÍSIFO EDICIONES" en su colección "Biblioteca literiaria"; la ilustración de portada es de Miguel Ángel Sánchez Macías, mientras que el diseño de la misma estuvo a cargo de Carlos Isaac Pineda Vázquez.

Felicidades, Roberto. Este blogg te augura mucho éxito.

Los pliegos cogitantes del doctor

Los pliegos cogitantes del doctor: o la efeméride sin tregua.

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Con la memoria invicta, su fe declarativa no altera en las palabras lo que parece geometría abastracta, pero no olvidemos que Roberto León, antes que poeta, es filósofo, por lo tanto, sus palabras, aunque parezcan, no son ni geométricas ni abstractas.

Sin renunciar a la maravilla con la que el lenguaja puede ejercer su mímesis, este poeta logra fusionar los dos misterios: el laberirnto lógico y la seducción por transgredir y con ello incendia todos los párvulos que lo circundan para –también- beneficiarse él con la simbiosis porque ahora, desde esa dualidad artesano-intelectual, se aprecia una mirada retrospectiva que tiene en las vivencia –dolorosas o algarábicas- del pasado, el faro en que derivan sus albricias del presente.


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Este libro no es, bajo ninguna circunstancia, un acto de renuncia, es, en todo caso, un acto de asunción en cuya penitencia pueden intuirse los pecados. Con paradigmas básicos, que no simples, concreta estos pliegos cogitantes en los que cohexisten los testimonios de un nihilista a contrapelo con ciertas ¿fantasías? hedonistas en este ejercicio confesional carente de mitos y antifaces que vislimbran sus arrecifes almáticos y los de sus semejantes.

En ninguna de sus sílabas econtramos rubor o titubeo por concretar esa rara alianza entre un ritmo y un rito triunfante que desde lo más profundo de su naturaleza lúdica se nos entrega como amante plena. Tampoco es perceptible en la consonancia de sus rimas pretención alguna para competir con la estridencia ni con el porvenir de estos relámpagos de mayo que en su coro de luz y asimetrías, junto conmigo, le damos la bienvenida a este onomástico de vida que se llama “Ni poeta ni agachado, sólo intimidad”.

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Aforismos encubiertos o acrósticos mutantes, parábolas o apologías, no importa: no conozco todavía de un laberinto que renuncie a transponer su propio Minotauro. Tampoco debe preocuparnos la intermitencia de esas Dulcineas apócrifas y Fuensantas pospuestas. Lo que verdaderamente importa es el juramento implícito para decir verdades y la generosidad de este bohemio que renuncia a ser Arturo porque le apuesta más a la perversidad que a la pureza.

Conozcamos a Roberto León Santander, poeta que no nació en una rivera del Arauco vibrador, sino en las proximidades de la de San Cosme y conozcámoslo desde la emoción y la amistad porque en el corolario de este testimonio no hay arqueología verbal ni futurismo léxico. Hay, en todo caso, un perpetuo presente del indicativo que nos lleva, como el plano del pirata, a la cueva del tesoro.

Dejemos el prejuicio en la antesala, pero, sobre todo, disfrutemos de esta declaración cronológica que reclama la dipsosición de todos nuestros albedríos para comprender esta confesión nerudianamente coincidente de alguien que ha vivido: Ni poeta ni agachado, sólo intimidad.

A los pliegos me remito.

Juan Manuel Bonilla Soto

miércoles, 25 de febrero de 2009

Chuy Mollá


Chuy Mollá
Juan Manuel Bonilla Soto

Con el aguamanil en la derecha, ella escurría, sin prisa, agua en esa jofaina que, a juzgar por su aspecto, fue testigo privilegiado de escaramuzas como esa en tiempos que tal vez fueron mejores. Antes de iniciar su ceremonia patrocinada por Acuario, permanecieron largo tiempo en silencio, abrazados, pero cada uno metido en su meditación. En este momento no es tan importante hablar de la magnitud de placer que alcanzara cada uno, sino del remordimiento que parecía brotarles de lo que apenas diez minutos antes fue jadeo.
La mano izquierda de ella, argentina en el dorso y ruborizada en la palma, como si hacer lo que iba a hacer la sonrojara, entraba y salía como delfín amaestrado de ese maltrecho golfo que seguramente en otros tiempo impactó a más de uno con la perfección del peltre blanco, adornado apenas con la fraja azul que se deslizaba en su contorno como litoral de júbilo.
A ese hotelucho en el que se refugiaron (un monasterio insólito y abatido para expiar las culpas en medio de flagelos y levitaciones) aún le sobrevivían, además de la base forjada en hierro, con aspecto más de macetero que pedestal para sostener el lavamanos, un pequeño mechero dispuesto con su esponja de algodón inundada en alcohol para tibiar el agua del aseo final; igualmente se negaban a desaparecer los rechinidos de esa cama de latón sin brillo, (invadida por un óxido que pretende ser pátina manufacturada en otra dimensión) rechinidos que seguramente sobreviven como eco de momentos victoriosos.
Ella pide que le acerque el miembro, que lo acune en la sonrosada palma de su mano y cuando lo hizo, no sin antes enfrentarse y derrotar una serie de prejuicios que nunca creyó suyos, porque nunca antes lo condujo nadie de una manera tan extaña a finalizar el acto de la entrega, ella descubrío que la humedad pegajosa que él ponía entre sus manos no era la abdicación ni la derrota, sino el cetro orgulloso que aún después de la contienda pronunciaba su satisfacción con latidos como diástoles de un corazón con taquicardia.
Mientras recibía en el cuerpo del pecado la absolución jordánica de aquellas aguas, él guardó silencio y en su memoria se instaló un litigio semántico respecto a la maternidad para llegar a la conslusión de que si su amigo lo supiera, lo despojaría de toda potestad filial porque eso que acababa de hacer, efectivamente, no tenía madre.

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Algo había leído de Carlos Monsiváis. Sobre todo sus crónicas en los diarios y, esas lecturas, en algún momento, cuando mi debut en las páginas de periódicos locales, me indujeron a escribir algunos testimonios locos de los que prefiero no acordarme ni citar jamás en mi currículum. Pero ese medio día encontré a un Monsiváis distinto. Un gurú que con la sola invocación me abrió las puertas a lo que fueron los mejore lupanares de los cuarentas, que hasta la fecha yo respetaba en medio de una contradictoria asociación con el anhelo, porque todavía no tenía yo edad, aún no era mi tiempo, pero leer esa sentencia aforística fue el conjuro de mi indecisión "Todo a su tiempo pero el tiempo me nombró su único representante” y amparado en esa absolición declarativa de los yugos que me ataban, decidí adquirir el libro y sentarme a hojerlo en una banca del jardín más próximo porque, posponer la inauguración hasta mi casa, sería un atentado.

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Daniel Polanco, pintor en ciernes, con los pinceles de marta que suponía lo liberarían de un anonimato que él denominaba exilio, lanzaba sus primeras líneas y apuntalaba con colores enfebrecidos la estética de alguien que previamente abrevó en la perspectiva monástica de una pinacoteca religiosa y virreinal.
Daniel era ambicioso, pero tímido. Su timidez no era producto de la inseguridad, sino el resultado de un calustro familiar asumido inicialmente como vocación y posteriormente abjurado como sólo se abjura de una matriarca que le pone freno al entusiasmo.
Él había resuelto romper el cerco de silencio que el caballete le significaba y esa tarde, con su nuevo set de pinceles Kolinsky Tajmir se presentó en la vieja casa de la cultura de ese puerto que, de acuerdo a sus slogan’s, sólo promovía arte desafiante.
Antes de enfilar sus pasos a la sección de plástica, anduvo curioseando en los pasillos y se deleitó con las vocalizaciones iniciales que buscaban ser solfeo; igual quedó maravillado con la flexibilidad de esa practicante de ballet y de cómo soltaba las barras que garantizaban su equilibrio, como si fuera un barco temerario que deja atrás las ataduras de los muelles. En fin, curiosidad de artista.
También llamó poderosamente su atención lo que le pareció un acto masivo de suicidio: un grupo de jóvenes formados, mirándose de frente, con los brazos extendidos y trenzados, mirándose a los ojos como si se tratara de un duelo colectivo de hipnosis y, en el fondo, una plataforma como de árbitro de tenis o de voley bol desde cuya cima, el que parecía ser oficiante supremo, de espaldas a sus compañeros, con las manos en la nuca, sin decir “fuera abajo” renunció a su verticalidad y se dejó caer, solemne y ceremonioso, hacia el entablado de ese puente en ruinas que formaban los brazos de sus compañeros. La precipitación no requirió de mucho tiempo, apenas el suficiente para sobreponerse al corte en la respiración que tuvo al momento en que sentía en su espalda una palmada y, como regresando del vértigo de la caída, escuchó desde una distancia imprecisa: sorprendente ¿verdad?
La voz que lo increpaba continuó acorralándolo con preguntas que no esperaban respuesta ¿tú te atreverías a hacerlo?, ¿te asustó el acto?, ¿piensas que se trata de dementes?, ¿te interesas por el teatro?...

***

Al azar, sin un plan de lectura establecido o, más bien, creo yo, por un dictamen oficiante, mis ojos se fijaron en aquella imagen. ¿Cómo no quedar prendido de la silueta que recortaba, soberbia e impune, precisa y preciosa desde la boluta de humo que seguramente escaparía de sus labios en cualquier momento, la nostalgia de esa noche? ¿Cómo no rendirese previamente ante la magia que emanaba de esos pómulos nocturnos y al contundente luto con el que se dolía de alguna cicatriz que no era visible?
Estaba sumergido en ese cuerpo que apoyaba su meditación y su espera en el brazo izquierdo contra ese poste que la acompañaba. Era tanta mi abstracción que no me percaté del momento en que esa mujer se sentó a mi lado. Tamoco sé si estuvo observando por algún tiempo o su pregunta y su solicitud surgieron de improviso. ¿Acabas de comparar tu libro? ¿Me lo prestarías para hojearlo? Te veo muy emocionado con él, tanto que ni siquiera has reparado en mi presencia.
El timbre de esa voz modificó completamente la escenografía en la que mi mente deambulaba. La penumbra de esa calle y la luz que se filtraba por la ventana de persianas tipo cortinillas se transformó en la luz de ese medio día en el que el sol no había decidido otra cosa que brillar. La miré fijo a la cara, buscando la protuberancia sobre las mejillas pero en su lugar estaba un rostro que desde su redondez no dejaba de reir: ella sabía perfectamente que la amparaba la perfección de esa dentadura y que el rubor que iluminaba esa sonrisa no era un acto de mentira.
Como autómata extendí ese ejemplar hasta dejarlo entre sus manos pero permanecí en silencio porque no supe qué decir. Una carcajada de ella, sonora pero discreta me hizo suponer la cara que puse y en seguida su voz me invitó a no preocuparme. Este libro lo conozco, dijo ella.

***
Lo conozco, lo conozco, las palabras retumbaban incesasantemente en su memoria mientras ella acaraciaba entre sus manos ese mienbro, mientras lo mojaba una y otra vez con agua tibia que escurría del aguamanil a la jofaina. Lo giraba entre la palma de su mano como si realizara una inspección de rutina o como si valuara joyas en el Monte de Piedad. Esa intención de escudriñar lo desquiciaba, cada contracción de ella con el tacto era una variante al mandato bíblico de “levántate y ánda”, pero el recuerdo de esas palabras le impedía resucitar completamente.
Sin abandonar la provocación de su sonrisa, ella fijaba el escrutinio verde de sus ojos en los ojos suyos sin entender cabalmente lo que ocurría y él, bajo la hipnosis que no le daba tregua desde que platicaron en la banca del jardín, continuaba escuchando esas palabras “lo conozoco, lo conozco”…

***

Mira, el teatro no sólo es locura. No me veas de esa manera. Mi nombre es Chuy Mollá; soy el que coordina este taller y es verdad, el teatro no solo es locura, pero que no se acerque al escenario quien se crea completamente cuerdo. El arte, al igual que la locura es libertad, es carencia de ataduras y el teatro es arte y tú, ¿cómo dijiste que te llamas? Es verdad, no te he dado tiempo para responder a mis preguntas. Gracias, Daniel, bienvenido al apocalipsis que que se llama bambalinas. ¿Pretendes ser actor? ¿Acaso escribes guiones? Entonces déjame adivinar. Seguramente eres escenógrafo, por eso los pinceles, son de marta, ¿verdad? Las palabras de Mollá hicieron lo que no hubiera logrado alguno de los folletos con los que la Casa de la cultura invitaba a sus actividades y, olvidándose de su intención primaria, de acercarse a las actividades plásticas, decidió quedarse en las dramáticas porque, a fin de cuentas, haría lo mismo pero sin tener que soportar la esquizofrenia de otros aspirantes a pintores, ni de los pintores mismos.

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Junto con su talento para crear escenografías y telones fue creciendo su amistad con Chuy Mollá. Además de director y dramaturgo resultó ser un concedor del arte en cada una de sus expresiones. La sensibilidad que demostró para criticar los tazos de Daniel, más que una agresión o un regaño, fueron asumidas por éste como una alternativa para mejorar esos proyectos. Además de un maestro, Daniel encontró en Mollá un ferviente admirador y un encarnizado defensor de sus creaciones. Su mecenas y su protector.

***
¿Te parece interesante el rostro de esa actriz? Alguna vez yo vi esa pelicula y me impresionó la forma en que ella caminaba entre las calles. Era yo muy joven y debo confesar que, como a ti, esa figura también me sacudió. Se me quedó grabada tan adentro, que en cuanto la vi en tu libro no pude resistir la tentación de hojerlo nuevamente, porque como ya te dije, ese libro lo conozco. Yo quise disimular la doble turbación que me invadía, por un lado, en efecto, el impacto de esa imagen me había dejado absosrto, a tal extremo que una desconocida pudo darse cuenta y por el otro, la seducción que emanaba de esa presencia, de esa cercanía. La forma en que sus ojos me miraban. O tal vez la forma en que yo veía que me miraban, que quería que me miraran. Por eso del libro, al dejarlo entre sus manos, mis manos brincaron a las suyas, como queriendo comprobar que mi deseo encontraba eco y que esa chispa que yo veía en esos ojos y la invitación de esa sonrisa no eran figuraciones mías sino que estaba ante la puerta de entrada, entreabierta ya, de lo que podría ser una contienda más allá del celuloide y lejos del burdel porque ella, con esa piel, con esa sonrisa, con esos ojos, con esos labios y esa dentadura, de ninguna forma podía provenir del lupanar.
Te siento inquieto, murmuró. ¿Prefieres que intercambiemos opiniones acerca de tu libro y de la chica de la foto en un lugar con menos concurrencia y sin estar expuestos a la curiosidad de los paseantes? ¿Quisieras que nos pusiéramos a salvo de esta plaga de insectos, en algún lugar en donde no te escondas para verme tal como quisieras? Conozco un lugar discreto, no muy lejos de este sitio y si de verdad quieres… podemos estar solos con nuestros pensamientos y resolver nuestros deseos. Cumpliendo plenamente nuestras ocurrencias ¿te parece buena idea?

***
Cuando el deseo sobrevive la penumbra y permanece, latente, para retrasar la despedida, es un deseo legítimo, sincero, pero sobre todo, es un deseo satisfecho que engrandece su nobleza en la satisfacción del otro. Por eso la mano de ella se esmeraba en el aseo, por eso el estertor de él entre sus manos. Pero en ocasiones las palabras nos conducen al abismo, son un pasadizo que nos lleva al miedo, a la renuncia. Él no podía comprenderlo plenamente. No al principio. No del todo cuando la escuchó decir, “este libro lo conozco”, no podía descubrir ningún presagio en la expresión “lo conozco” porque además de todo era cierto, ese libro es muy conocido.
En todo caso, las palabras de ella le enseñaron que el miedo es un sinónimo de resistencia para recuperar la dicha o el placer que, ya sabemos, con alguna de sus trampas no nos dejará escapar. Cada vez que ella cerraba su mano en torno de su miembro, en él se incrementaba la conciencia de que ese era su fin. Pero no podía explicarlo. La potencia de su sangre exigía, golpeando con violencia sus vasos capilares, regresar al cuerpo de ella, recuperar esa temperatura que lo desquició hace un momento, pero el poder de las palabras fue mayor y él sintió morir cuando ella, queriendo atemperar ese retorno, tal vez queriendo prolongar ese momento recurrió a la palabra, buscó argumentos para justificar el estribillo que repetía desde el jardín, “lo conozco, lo conozco” y remató con las pregunta que dejarían todo en claro. ¿Eres artista? ¿Escritor acaso? ¿Tal vez actor? Ya se, dijo por fin. Eres pintor, dibujante. Algo de tu temperamento me lo dijo y ¿sabes? también tengo conocimiento de ese ambiente, me agrada y aunque poco lo frecuento, siempre estoy al tanto de las novedades porque ¿sabes? tengo un hijo vinculado al arte. Es dramaturgo. Se llama Chuy Mollá, ¿lo conoces? ¿Has oído hablar de él? Y Daniel, en ese momento descubrió que su sensación no se llamaba miedo. Se llamaba remordimiento, tal vez remordimiento por no poder consumar el retorno a ese desafío, aunque su cuerpo y ella así lo reclamaran.

Lady Gagá


Tú y Lady Gagá (Canción)
Juan Manuel Bonilla Soto

Lady Gagá parece levitar
desde su extravagancia.
Pero tú, corazón
confiesas que el silencio, nunca más.

Lady Gagá
se oculta en una anacronía
que en ella es algo por venir,
sin embargo yo,
explorador de este día
caminé lejos
en sus ojos marrones
I walked away…

Pero debajo de esos puentes
sólo había silencio
y promesas de ocasión.
I walked away…
Todo eso, corazón
para encontrarte en el misterio
y no saber qué color hay en tus ojos.

Todo eso corazón
para no escapar de tu piel,
para tenerla como verdad,
tu piel, corazón,
el murmullo bajo los puentes
por los que caminé,
otra forma de levitar, de extravagar en ti.

Por todos esos puentes caminé, corazón.
En todos esos puentes te encontré.
Confiesas que el silencio nunca más,
que el silencio nunca más.