lunes, 24 de diciembre de 2007



VUELTA A NARCISO
Juan Manuel Bonilla Soto


La vanidad, el boomerang, el pasaporte.
El precipicio que se llama espejo.
El concepto que no se reconoce en este eco.
El relámpago que no volvió de ser estruendo.
El atrevimiento que se asfixió en la auto contemplación.
El vértigo de reconocerse en la nada.
Nada.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

El canto de mi sirena


EL CANTO DE MI SIRENA
Juan Manuel Bonilla Soto

Mi Sirena es un acontecimiento del verano.
Sedujo mi templanza
justo en el momento en que ignoramos
si la noche termina
o comienza el día,
pero está frente a nosotros
un orto colmado de emoción y de ternura

La única certeza que registra mi memoria
es la del inicio de esta inquietud
y la pérdida de toda calma:
el Génesis de la emoción.

Mi Sirena, sin cánticos distractores
subordinó mi bruma ante su luz
en una madrugada sin lluvia,
pero instaló sus pormenores en mi ser
con la contundencia de su tempestad.

Mi Sirena, Virgen Agostina
prefigura su transfiguración,
prenupcia e inaugura nuevos códigos de la mirada,
pronombra de otro modo
la fugacidad de los encuentros
y legitima la genealogía de los abrazos
con el abecedario de sus estallidos.

Mi Sirena es efímera y fortuita,
pero superlativa en su presencia.
Ha inmortalizado los arrebatos de agosto
en la idiosincrasia de su fervor y,
para traducirlos, extrajo de su piel
una etimología para el futuro,
una consonancia para otro tiempo.

Equilibrio


EQUILIBRIO
Juan Manuel Bonilla Soto


Si algo denotaron mis palabras fue impaciencia. Una impaciencia concéntrica como supongo debe ser el movimiento de tu cadera al momento de altisonar con un badajo que pende de tu fuego y que es una invitación que no se puede desoír.

Si en verdad el círculo es la imagen de la perfección y de la eternidad, yo intuyo que en tu forma de predicar la intimidad existe un camino iluminado hacia la resurrección; te figuro inclinada, de espalda a tu feligresía, inicialmente con el talle erguido, soportando tu cuerpo en las rodillas, como si expiaras en esa acción todo el silencio al que me tienes condenado, o como si el rubor ante el contacto trasladara su presencia a la punta de tus pies en los que, en menor medida, también se apoyan los diástoles con los que conviertes en pira nuestra cercanía.

Siento que luego tus invocaciones y tus plegarias están acompañadas por coreografías corporales que no rebasan los diámetros convenientes para consumirnos en el calor creciente de la desesperación.

Pero el reverencial oficio de tu cofradía te obliga (te inspira) a intensificar el albedrío del movimiento y te inclinas hacia delante como queriendo alcanzar y tener entre tus manos el secreto y la promesa de una revelación. Como si eso fuera el cetro de la verdad que te proclama emperatriz de esta penumbra, el sudor de nuestra fugacidad oficia como incienso y como guía en la búsqueda del equilibrio y simetría corporales en la que nos enfrascamos con frecuencia.

En ese momento, cuando tu cuerpo se flexiona, como se hace toda reverencia previa a la alabanza, la casi perfección que alcanzaba el conjunto de tus muslos contraídos en circunferencia tintineante, tu cadera como límite tangible en el universo en el que se extravían mis caricias, mis dedos reconsideran el territorio sobre el que han posado los alcances de su disposición: muslos, cadera, espalda y nalgas renuncian a la perfección concéntrica de su armonía inicial para transformarse en pera asimétrica o corazón taquicárdico que me reclama agilidad para atraparla.

Ese corazón palpitante que sintetiza la vocación de tu ritmo, se me escapa de las manos y yo deambulo en el contorno mutante de su espiritualidad temblorosa y también yo tiemblo ante ese vaivén que se acerca y se aleja con una prisa y un espasmo propios del insomnio.

Insomne, no me recupero de los estertores que me motivas y, casi agonizando, descubro que la longitud de tus piernas descansa sobre el oasis de las sábanas con un sobresalto semejante a mi agonía. No hay derrota ni abdicación, simplemente calma, calma y reposo efímero para trenzarnos nuevamente en esa contienda inacabada que pernocta por momentos en el túnel incandescentemente blanco de mis explosiones…

La hubieras visto hoy

Debiste verla hoy,
sus ojos brillaban como un anuncio preapocalíptico y con un poco de buena voluntad, en su sonrísa se leía una promesa...
La tranquilidad, en ese momento, inició una combustión interna que las jerarquías conocidas hasta entonces sucumbieron frente al hechizo de su aliento y su aliento -candela pura- es la confirmación de un pronóstico de nada. Créeme, no fue artificio navegar en esa invocación de la casualidad, no fue casualidad naufragar acompañado por todas las benditas ánimas del purgatorio en esa prefiguración del beso...

lunes, 17 de diciembre de 2007

Exvoto y horizonte

Exvoto y horizonte
Juan Manuel Bonilla Soto

Ni un solo hemistiquio
en su sonrisa.
Un eco,
desafío,
invitación.

La anécdota huyó despavorida:
desolación en el cuadrante positivo
de su nombre.

Tú, la POSIBILIDAD
tú, blanco inasible para
la artillería creciente
y la retórica creciente
en poetas acumulativos.

Te nombran
NOMBRE
en el ritual oculto
y dios
una alabanza
de simbiosis con la nada.

Desamparados
yo, ellos, de ti
poetas todos en este jubileo
sin Rosa de los Vientos
para aclimatar
la vocación de tus magnolias.

Pero sí
Eres contundencia
Exvoto y horizonte