viernes, 20 de mayo de 2011

El impuntual

No es habitual. A esa hora, lo común consiste en buscar una ruta alternativa que permita sortear las dificultades del congestionamiento y proferir maldiciones en contra de nadie (como si se tratara de gimnasia o ejercicio matutino) en la medida en que ese laberinto de calles estrechas me arrastra al vértigo del día que avanza con mayor rapidez que el taxi que con mucha suerte puede abordar en esa esquina todavía oscura. El riesgo de otro retardo esta semana podía darlo por hecho y yo pensando en las bondades del gel con aloe vera para afeitadas menos irritantes.



Insólito. Parece que para transitar en esta vida, como en el mundo, los laberintos son el único destino. El recuerdo de esta mañana me hizo cambiar la rutina del traslado de regreso a casa y condujo mi cansancio hasta ese súper que en las horas de inclemencia su mejor oferta es el oasis del clima artificial que conjura de igual manera calor, prisa y angustias. Después de poner en mi carrito el gel con aloe vera para afeitadas menos irritantes y de renunciar a las máquinas con cuatro hojas para afeitadas más al ras, me encaminé hacia el departamento de frutas y legumbres en búsqueda de apio, brócoli y col, así, en ese orden (hasta parece que los antojos tienen que ver con el abecedario) y frente a mis incontrolables ganas de dormir apareció lo que acaso fuera un adelanto del sueño que me esperara en cuanto me dejara caer en la firmeza onírica del pillow top de mi eloquent spring air: un par de piernas sobre un impecable par de zapatillas descubiertas, colgando de manera hipnótica del vuelo de una falda con jardín incluido y una fragancia tan adictiva como la inercia de su contoneo a esa hora.



Esa visión era una auténtica estrella de pasarela y, aunque distinta a las que regatean en el tianguis de los jueves, también se le adivinaba algo de mortal, tanto que estuve a punto de acercarme a ella con el burdo truco del cilantro y el perejil, cuando se le acercó un tipo nada significativo y tuve que seguir de largo, conformándome con un poco del eco de su aroma que, por alguna razón inexplicable del recuerdo, lo supe, era Gucci by Gucci, inconfundible por su modernidad de chipre y su hipnótica base de pachuli y supe ¿olí? que a ella, también, como a mi trabajo esa mañana, había llegado tarde.