domingo, 27 de enero de 2008

El Cachivache o la tanga meridional


La palabra Cachivache, representa para mi, más una connotación materna que una precisión semántica. Y es que al encontrarla como nombre de tu blog, mi nostalgia opera regresiones de milagro: la geografía y el tiempo conspiran de tal manera que me veo, literalmente me veo, con pantalones cortos, zapatos borceguí, camisa blanca con ribetes de un rojo infantil que no he olvidado y un gato decorando la escenografía visible de mi tórax a los cuatro o cinco años.

Sí, mi diverso, cibericonoclasta, plural y en apariencia caótico poeta oculto en alguna derivación de esas ecuaciones que inventa en sus mundos de juguete con el insano propósito de mimetizar sus aquelarres sanguíneamente lorquianos, pero, ¿qué se puede esperar, si no, del abrevante matemático en los caudales de Saffo y de Kavafis?

No se haga, poeta embozado, declare públicamente el triunfo de Homero sobre Pitágoras, de la metáfora y las certezas “cuénticas” sobre las especulaciones cuánticas y las Tablas Matemáticas, ¡Muera nuevamente Arquímedes Caballero!

Si, mi literal semejante en quehaceres solitarios, me da gusto encontrar en Cachivache la indeclinable tentación que tiene usted para registrar lo cotidiano mediante crónicas inmediatas en cualquier cuadrante del Plano Cartesiano, es una fiesta conocer mediante sus ojos y el recuerdo de su mont blanc, la Alambra, Río de Janeiro y Medellín, sin omitir las tentaciones que deambulas por ahí.

También es una celebración ver lo que usted vio y que comparte mediante su cámara, con esa misma con la que pretende adentrarse en los misterios del Equilibrio y que ratifico mi indisposición a conceder. Pero además de la soberbia visual que nos transmite, también hay n gesto de humildad al compartir el espacio gráfico con imágenes de otros. El registro generoso de la anécdota, el desafío visual al amparo de su Reflex mutan en una geografía tangible, una geografía más que física o política, en una geografía verbal que en su magnitud es tan diversa como las otras.

Respecto a la descripción de Medellín a partir de sus mujeres, esas diosas que vienen a dar cátedra de ritmo y la naciente religión por la gordura creado por Botero, quiero decir respecto a la nota del 18 de julio que me impresionó ese caballo, supongo que de Fernando, en el que el rechoncho cuadrúpedo quiere amparar la infancia en medio de sus cuartos delanteros mientras se recrea más que nosotros (cuestión de perspectiva, claro) en el frondoso misterio que sugiere la corsetería de esa diva en Medellín que debe ser la madre del chamaco y sería injusto reducirla a “poca madre”.

De lo que no hay duda, es que si yo la tuviera al alcance de mi lujuria escudriñaría debajo de sus encajes y juro que mi virilidad, otra vez, dejaría constancia de su apetencia internacional, acentuada por las caribeñas.

Confiese, poeta embozado, confiese. Mientras, síganos amparando con su vocación adyacente por la metáfora y no se escape por tangentes numéricas menos tangibles que la piel.

miércoles, 23 de enero de 2008

Itaca postfechada


Itaca posfechada
Juan Manuel Bonilla Soto

El silencio no retrae el eco,
nunca puede.
En el afán rompe los mitos y
se descubre como vocación
en medio de su intermitencia.

Ante la necesidad de trasponer
la brecha de un minuto,
Ulises titubea
frente a sus meridianos:
frente a sí,
tampoco puede direccionar
sus arrepentimientos...

¿Cuántas albas se requieren para sanar esas incertidumbres?

Onomásticos, cuántos, cuántos Onomásticos
en el desorden
de estas acumulaciones.
!Cuántos soles atávicos
en el oeste
de tu cerrar de ojos!

Pero la voluntad de Ulises
después de la declaración,
(esa que llega llena
y pega plena)
ya no tiene oráculos previstos:
Itaca es una promesa posfechada,
satisfecha en los meridianos alucinógenos
del desafío,
mientras el Marqués de Sade
capitula ante el freno
de esos desenfrenos,
sin diezmos que entregar,
sin más ofrendas del tacto
para profetizar liturgias
en ninguna piel,
sin alguna secreción
previa al diluvio,
tal vez al sacrificio.

viernes, 18 de enero de 2008

El sur de la ciudad


Mitología del sur de la ciudad.

El tapiz aéreo de las jacarandas no fue un argumento que explicara el eclipse que estalló en su vientre esa mañana. Ella sintió la tentación temprano pero apenas tuvo ánimo para suponer que la naturaleza declinaba sus ciclos y que simplemente amanecía de otra manera. La incertidumbre de sus tempestades todavía no aclimataba sus reclamos a la nueva circunstancia. Ella sintió, pero en ese tiempo aún desconocía que este mundo se rige por las estaciones de la sangre.
Era el sur de la ciudad y la gramática de su temperamento modificó sus paradigmas y sus exigencias. Con la curiosidad de faraona que capotea la tempestad, ella se auto proclamó mártir de la desolación, lo único que parcialmente supo fue que su piel no tiene sosiego sin el psicoanálisis que en sesiones imprevistas él ejecutaba, sin mayores contingencias ni diagnósticos ambivalentes con su tacto.
En su adicción por la caricia Ella nunca pone interrogación a los escrúpulos: su misterio es el caballo de una Troya contemporánea que al ritmo de su propio viento se incrusta en la memoria de nuestros fantasmas, mientras a mi, una nueva cruzada de Sulamitas perturba mi retiro y me inscribe en esa esgrima que sostiene con la naturaleza abstracta de sus conceptos.

El dragón espera, Ella dice que también espera.

Sigue siendo el sur de la ciudad y la antropofagia condimenta sus laberintos con rituales que pretenden ocultarse, pero la piel no tiene amnesia. Cada poro es un onomástico que espera la festividad y el homenaje a la simetría que sus cuerpos alcanzan en esos precipicios diurnos que ni el más antiguo calendario de Galván consigna.
Santoral de nada, del nadie en que convierten su osadía. Eso es el equilibrio, la festividad temprana en la que los dos callan esos argumentos que en un contexto diferente conjurarían los alcances de esa tentación que levita más allá del plagio, porque plagios somos en medio de esa turbulenta multitud que en su prisa nos ignora, pero nosotros nos sabemos. Conocemos de memoria cada respingo como un diácono dice conocer los avatares que San Juan alucinó en esa Patmos que se encuentra lejos de nosotros y nos hace inmunes a la ira apocalíptica predicha y no nos queda más remedio que acatar las órdenes dictadas por la cercanía.

Solo entonces Ella comprendió la tentación. No supo cómo desprenderla su carne y desde siempre acecha. Desde entonces sus banderas ondean y proclaman la victoria en cada encuentro. Ella se atiene a los arrecifes sanguíneos y comprende que el torrente de impaciencia que gravita en sus arterias obedece a un cambio de estación y aclimata sus arrebatos, atempera sus exigencias y solfea tonadas que quisiera apócrifas pero Aute no se presta a ese juego y, resueltos los enigmas, Ella espera, dice que de verdad espera y su paciencia recibe como trofeo pétalos de jacarandas y teje sueños, Penélope temprana, y sigue siendo el sur de la ciudad mientras Ulises zarpa las entrañes de la tierra y proclama en el vagón que el amor es eso, la declaración de una promesa posfechada.

Las gordas


No me pregunten más, sencillamente estoy enamorado de ella. De Ellas. No hay parámetro; si a ella no le preocupan las preocupaciones -legítimas o no- de los nutriólogos, esa fauna corrosiva tan de moda ahora, también a mi me tiene sin cuidado el último grito de la tendencia estética, ¡viva la anorexia y la bulimia!
Por razones de "peso" siempre preferí estar con ella, con Nuestra Señora de la Garnacha.
Santa patrona de la quesadilla (sea de flor o chicharrón prensado), del sope (aquí prefiero salsa de guajillo) y del pambazo (por favor doble ración de papas); incansable patrocinadora de la lonja, madrina del colesterol y prima hermana de las tallas extras, por favor no me abandones; que nunca te intimide el miedo a la diabetes ni la perversidad de las campañas en contra de la obesidad.
Si continúas satisfaciendo mis instintos y apetitos por demás inconfesables, si me sigues obsequiando con el crujido de tus chicharrones, con el gemido del aceite o la manteca en el comal, yo me comprometo a ser un preclaro ejemplo de piedad cristiana y no sólo perdonaré, sino que seré tu incondicional aliado en esa enemistad a muerte que tienes en contra de la tanga, el babydoll y el negligé.

sábado, 5 de enero de 2008

El jinete y la sibila


El jinete y la sibila.
Juan Manuel Bonilla Soto

Cada medio día, como jinete gótico deambulo en la memoria de nuestro primer espejo. Tan tempranamente góticos, nosotros en esa maraña verdinegra de álamos o fresnos en ese mediodía que bendice nuestra fugacidad que se torna cotidiana en la rivera de ese lago habitado tan solo de olas solas que se estampan frente a la impaciencia y la premura.

Ese instante es apenas un paréntesis que encierra la maravilla de podernos liberar de límites y, como únicos testigos, los trinos de esa pausa atragantan la garganta de las aves que no atinan sino a desobedecer bemoles para atenerse a las partituras que trazan en el aire, sobre nuestras cabezas, sorprendidas por la espontaneidad de nuestros actos y por la inclemencia de nuestro ojos que ya han desorbitado la costumbre y entretejen promesas que se empeñan en cumplir cabalmente en ese instante.

Por un instante somos Dios en medio de blasfemias; somos un remazo en la razón y la súplica de nuestro tacto desata tempestades y sólo nos preocupa que la vitalidad de esos minutos abdique a favor de una despedida, pero nada importa, porque fuera de nuestro círculo frenético sólo hay otra maraña ennegrecida por el conformismo y la renuncia.

Sibila, oráculo de ese clamor, anuncias la desaparición, pero no sabemos cuándo, no sabemos cuánto, no sabemos más allá de la certeza que tenemos en las manos ni atendemos otro calendario que no registre el sudor y el pronóstico de nuestra contienda. No queremos tener noción de la distancia, esta simetría cambiante que nos une y nos separa es la verdad tangible que no estamos dispuestos a contradecir ni maldeciremos sus conjuros.

Otra vez, la metáfora de siempre se transforma en blues y los labios sólo pronuncian besos y su tibieza bautismal ampara la etimología de nuestros semejantes. A partir de entonces, el rito atávico que practicamos nos rejuvenece, nos proporciona nuevos bríos para no ponerle fin a nuestra esgrima y los dedos, cúspides en movimiento, registran todo, exploran cada gesto en ráfagas de mil segundos por milímetro y estamos absueltos de toda culpa original y de toda contrición tardía: el acto de expiación impuesto es la espera.

Ella, entonces, es la cábala que ha de cumplirse, es la esperanza flamígera de librar otro purgatorio, porque fuera de su ritmo y su temperatura sólo hay una ciudad resignada a sus costumbres, sólo hay hombres y mujeres tristes caminando en la zozobra y sólo hay tiempo convencional y, para nosotros, hay una calma que urgentemente invoca nuevas tempestades.

Yo, jinete gótico, me repliego ante el espejo y espero. Sólo espero.

miércoles, 2 de enero de 2008

Año bisiesto


AÑO BISIESTO
Juan Manuel Bonilla Soto

La felicidad es un laberinto en cuyo preámbulo muchas veces extraviamos la liberad.

La libertad es un preámbulo que nos obliga a sortear un laberinto para conocer la felicidad.

El laberinto es un nudo de contradicciones semejante a un rostro reflejado en el espejo rutinario de nuestros temores.

El temor es una invitación a la cordura, es un imperativo que nos hace declarar nuestras buenas intenciones.

Las buenas intenciones son el primer paso para renunciar a la felicidad.

El preámbulo es el momento de la disyuntiva en el que debemos elegir entre ser libres y felices o cumplir cabalmente nuestras buenas intenciones.

Ese es el laberinto crucial de todo año que inicia.

Gocemos el pronóstico bisiesto de este 2008 sin renunciar a las buenas intenciones, sin temer al laberinto, sin titubear ante la disyuntiva y sin preámbulos lisonjeros que nos impidan ser felices y plenamente libres.