lunes, 22 de diciembre de 2008

Piel canela


Ojos negros, piel canela
Juan Manuel Bonilla Soto

De manera inexplicable, el infinito había quedado sin estrellas ojos negros, piel canela y la verdad, él nunca pensó en la farándula como si fuera algo tangible; en el más atrevido de los casos, redujo esa palabra, con todo su misterio y su sonoridad, a la siempre en fuga desnudez de una cabaretera.
Es que ese día nada encajaba de manera lógica, ni el pronóstico metereológico de la CONAGUA, que se vio obligada a emitir un boletín vespertino acompañado de una disculpa a sus seguidores porque no hubo el menor indicio de precipitación pluvial y muy temprano les había recomendado no dejar sus casas sin los aditamentos necesarios para sortear con éxito los chubascos que se multiplicarían por los puntos cardinales de la ciudad: nadie, absolutamente nadie quedaría a salvo de la intempestiva furia de la lluvia. Y a esta hora, los paraguas y las gabardinas bajo el brazo, lejos de ser un alivio, resultaban, literalmente, una pesada carga. Hasta en la Homosfera, el ozono, de comportamiento más conservador que desafiante, el vapor de agua y el anhídrido carbonizo, permanecieron constantes.
Nada encajaba esa noche, ni el estrépito de los metales que ya lo tenían confundido porque, hasta donde él recordaba, cuando dio el primer sorbo a su copa, sentado en el rincón del antro, solo, la orquesta sentenciaba lo trágico que sería el mundo Si perdiera el arco iris su belleza Y las flores su perfume y su color. Pero ahora, en esa chica que lo acompañaba él veía una amenaza mayor y sentía un desamparo más grande al que sintió cuando tuvo enfrente a Amalia Batista, Amalia bay hombre, y sin saber por qué el miedo crecía y pensó “tal vez sea cierto aquello del temor a lo desconocido” porque nadie de mis amistades supo nunca dar una explicación para sus miedos, mientras que ahora, él, en medio del temor y de la reflexión solo tenía conciencia de que tampoco supo lo que en realidad tenía esa negra que amarra a los hombres...
Tuvo que ser el martíni, no hay otra razón. Él, ortodoxo bebedor de rones, nacionales e importados, a condición de que tuvieran por lo menos siete años de añejamiento en barricas de roble blanco, nunca transigía en sus preferencias, pero el Apocalipsis que surgía de esa mirada si trataba de imponer sus gustos, lo indujo a claudicar y otra vez decía salud y aprovechaba para atrapar con los dientes la aceituna que destilaba licor en el contorno del cuello de su acompañante y él, con la paciencia dislocada y el frenesí en el tacto, pronosticó mediante un susurro al oído de ella, como si fuera un ángel anunciador o un intérprete de Madame Sasu “Chanel No. 5, la fragancia natural de quienes son regidas por el horóscopo de Leo”.
Y su predicción lo único que provocó fue un estremecimiento en ella y descubrir que en la piel del cuello, poblada por una pelusa diminuta, cada uno de los pistilos se erizaba y una especie de salpullido poblaba ese contorno.
Motivado por la reacción hundió el atrevimiento de su olfato en ese aroma que no era otra cosa, sino una osadía de su acompañante y, acaso, un mortífero placer y un arma de trabajo y en ese momento, a partir de ese momento, cayó en la cuenta, ya nada le importaba la insinuación ni la estridencia del ritmo con el que la orquesta quería salir intacta de ese campo de batalla en el que sin duda alguna, él tenía las de perder y tal vez por eso poco le importó que pierda el ancho mar su inmensidad, pero eso sí, con una condición de por medio, bueno tal vez dos, que ella no escatime la ráfaga de sus proyectiles demoledores disparados con tan mortífera puntería que sus sentidos prácticamente ya estaban abatidos y ante esa condición de derrota esgrimía como único recurso redentor el pero de su salvación: Pero el negro de tus ojos que no mueraY el canela de tu piel se quede igual.
¿Cómo no sentir temor si para entonces ya el olfato le anunciaba que un fragmento de quimera hecha pecado se adentraba en el misterio de algo que no podía ser otra cosa que el Chanel No. 5 y de inmediato la coreografìa de esa fragancia ensamblaba la promesa de un nuevo aquelarre con el ritmo de de la piel que se insinuaba ante sus ojos como la certeza de un tarot que mimetiza sus resquemores en la ambigua seducción de la caricia? me gustas tú, y tú…
De verdad, ya no había remedio ni posibilidad de salvación. La única manera de traicionar la intimidad de ese momento era reninciar al grito, a la invocación extemporánea de un ora por nobis justo cuando el gemido exige espacio para su protagonismo. No sabía cuál era el propósito de su exploración, por eso, cada uno de sus hallazgos le significó una declaración: lo primero fue una piel, tersa y arrogante que no estaba dispuesta a escatimar escalofríos.
Cada vez más dueño de esa geometría corporal, la conjuetura deja de ser sorpresa y se vuelve anuncio. Ya exhausto el olfato, el tacto explora su primera hipótesis y encuentra una conexión inexplicable entre sus labios y el cuello de ella, entre sus manos y la disposición de ella para crecer en susurros cada vez más desbocados que ya anuncian un estertor y el gemido aumenta en esa media luz y el ojo de él es un voyeur seimpre a punto del colapso y otra vez el pronóstico, la apuesta y la especulación y la curiosidad incontenible por comprobar que eso que crece en su entrepierna, hace rato dejó de ser el miedo inicial y piensa que no le temerá más a cualquier cosa que tenga esa negra que amarra a los hombres y presiente el advenimiento de una sensación que no imagina tan intensa en ese espacio de la noche, nadamás porque el néctar que se anuncia es la vida o una esclavitud mimetizada ante la que él no interpondrá el menor recurso de defensa porque no le importa quedar atado para siempre ante ese dogma que se llama centrípeta, oásis o mujer y en la que presiente ha de abrevar las indulgencias necesarias para saciar su gula.
Los acordes de la orquesta, él ya no sabe cuál, se esparcen en su espacio como profecías hertzianas ahora que la múcura está en el suelo, mamá no puedo con ella porque en su conciencia se quedó grabado el ritmo inicial de esos ojos que, lo sabe ahora, miran e indulgen desde su negrura y ella es la única que conoce la respuesta a la pregunta de ay mamá qué será lo que quiere el negro? porque ¿cómo no saberlo si es el mismo deseo lo que los funde en esa abolición del recato y en esa renuncia al reflector y al aplauso y ejecuntan, cada uno, pero juntos, sus libretos y ya no tienen tiempo ni ánimo para discutir la cualidad del roble para las barricas y él se olvida para siempre de su necia ortodixia y el escalofrío crece y el estar se hace tsunami corporal y como si fuera una metáfora planeada, el martini seco escurre de esas copas derribadas en la mesa y de los labios de ambos escurren sonrisas tamblorosas y ella, muy apenas recuerda algo que ya no sabe si es promesa o confesión mama, yo me acuesto tranquila/ me arropo pie y cabeza/ y el negro me destapa/ mama qué será lo que quiere el negro?
Y el negro lo único que supo fue que al dejarse guiar por esa potestad insólita del olfato iniciaba una caida libre a la orfandad y no quiso evitarlo. A estas alturas, pensó ¿para qué? y esa fue su última reflexión coherente antes de que sus manos se apropiaran de la redondez de aquellos hombros; como un verdadero prestidigitador escudriñando los presagios en su bola de cristal, la insólita revelación que tuvo ya no le dejó ninguna duda: en medio del tránsito por esa piel piel canela poco la importaba ya la mano de Mary Kay en ese prodigio de color, supo que ya no tenía otro destino sino el limbo de ese instante y para entonces, ya con voluntad de autómata, él tuvo entre su tacto la certeza de que las fuerzas que estaba desatando eran la cúspide de algo que en otro tiempo debió considerse un ritual pagano, porque la mezcla de fervor y deseo que le inspiraba esa textura ya no tenía retorno "ojos negros, piel canla, que me llegan a desesperar".
Atendiendo a los mandatos de un profeta bíblico o la certeza de otro Pigmalión en el crepúsculo, deslizó la impaciencia de su deseo para apropiarse de otra promesa y no quiso capitular ante la temblorosa táctica de aquellos senos que, por última ocasión le ofrecieron su armisticio, no sería tan inmensa mi tristeza como aquella de quedarme sin tu amor pero sus sentidos, prófugos de la razón, intensificaron la retórica flamígera que justificaba esa búsqueda, ese desenfreno.
Y calló, calló en la trampa de la cadencia que tiene esa cintura y con ambas manos se abismó en la crueldad que al mismo tiempo era la bondad hecha cadera y su vértigo fue tal que cuando reaccionó estaba junto con ella, dentro de ella, debajo de esa mesa, conciliando los aplausos de la gente con la humedad que circundaba sus vientres al tiempo que tarareaba, sin descanso, tal vez para siempre y tú, y tú, y tú, y tú, y tú, y tú y nadie más que tú.


martes, 28 de octubre de 2008

Nuestros otros

Mostrarse al mundo,
a todos,
desde nuestros otros,
desde la raíz,
desde la vértebra lumbar
del mundo,
porque es ahí en donde duele.
Es precisamente ese grito
el único lugar tangible
en el que verdaderamente somos.

Desde la palabra palabra,
desde el manantial del nombre,
nombre del hombre y de su nombre:
nombre del nombre.

Soy todos.
Pero la muchedumbre atrincherada
en este eco
no hace otra cosa
sino deshabitar sus sílabas
y mi apariencia, entonces,
invoca todos sus presagios
y se aferra a la idea de mi,
esa que se deriva de los todos:
los todos, mis otros,
tú y yo incluidos,
fundidos en la especulación
del tiempo.
Tiempo,
tan-tan lejano,
promesa que no lastima el tímpano
y nosotros somos yo,
somos tú y somos los otros,
somos el pronombre acústico
de la sílaba que busca florecer
en esa aurora
pero ignora el nombre
que debe de acentuar.

Que te nombre con el nombre
que yo quiera,
me pides en un acto confesional
y absolutorio.
Pero no sabemos qué es el nombre,
no mientras fluctuamos en ese laberinto
en el que la soledad impera
y ni tu desnudez caritativa
puede darnos luz para volver al grito.

“Soy una mujer que viene del pecado
y te reflejas en el espejo de mi vientre.
Soy esa espalda
en que tus noches se debaten
y soy el precipicio de esa tentación
que has confundido siempre con
otros precipicios,
soy la dualidad y soy ambigua
porque soy tu salvación
a costa del pecado,
soy también un ingrediente medular
de lo que llaman nuestros otros:
soy el tiempo deletreado
en esta piel
y soy el otro nombre de tu nombre.”

Todo eso me dices
y atragantas un insomnio
desde la palabra noche,
pero no es verdad,
porque en ese eco
pronuncias otra aurora
y el sol de tus entrañas
es otro modo del nosotros
y entonces no tenemos ya otra opción:
si sobrevivimos es mediante nuestros otros
y así somos al mundo:
tú y yo,
nuestros otros,
y esto sí es verdad.

Juan Manuel Bonilla Soto

sábado, 25 de octubre de 2008

Una carta de Seimayi

En el mes de marzo, como en la mayoría de los meses, el santoral se ve colmado de “Juanes”; es verdad, porque de los treinta y un días de ese año bisiesto, aunque el hecho de que no lo fuera no modificaría la estadística, celebramos a dos Juanes. Es el único onomástico duplicado, aunque, con la precisión de qué Juan se trata, confirmamos que de este nombre, tenemos santoral para un buen rato.
San Juan de Dios, ocupa el casillero ocho, miércoles, por cierto, por lo general día no apto para liberar el júbilo y el treinta del mismo mes, ya pasada la euforia por los festejos de la Expropiación, san Juan Clímaco ya nos introdujo una buena dosis de primavera en las arterias, mientras los manteles padecen el derrame de mole en la blancura con que suelen celebrarlo.
Con dos Juanes de por medio, ¿por qué Seimayi prefirió a San Eutimio para despedirse y no otro miércoles negado para los excesos? Primero de marzo del 2000, el obispo, santo y mártir, el día de su festejo, fue testigo, no se qué tan ocasional, de esta carta que en lugar de vocativo anuncia y pide una disculpa y, aunque insinúa o presiente un desencuentro, en realidad se convirtió en la despedida:

Espero que pueda disculparme con este, sí ¿o sí?

11 marzo 2000

Por si no llegara a verte.

Pido 1000 disculpas, porque cuando tú me hablaste estaba súper ocupada, no fue por mala onda.
Me agarraste, la primera vez, haciendo puré y la otra, filtrando el aceite y, como en el trabajo no saben que traigo teléfono, pues no lo voy a andar enseñando (aparte que no puedo traer).
Pero neta que no pude seguir hablando contigo; oye, de verdad, perdóname, sí ¿o sí?
Muchas gracias por tu mensaje, me agradó el detalle, y los detalles que más me agradan son los que menos espero (esos me encantan).
Bueno, ya viste mi horrenda letra, mis faltas de ortografía y la falta de puntuación.
Que tengas un día chidísimo, no solo hoy, sino siempre.

Oye, no te burles de mi flor (al menos esta no se marchita ok).

Con cariño
Seimayi

Una especie de PD:

Perdiste tu gran oportunidad
de verme con mis Rastas.
(Mi cabello completo)



A la distancia, sigo preguntándome si estaba calculado, o por lo menos decidido, eso de llegar precisamente en el momento que yo estaba de viaje. Esas palabras, más bien, el eco de esa caligrafía accidentada me acompaña en medio de signos de interrogación que todavía lastiman, no se si tanto como al obispo y mártir, o de manera distinta que a San Eutimio, obispo de Sades de Lidia, quien sufrió el martirio el año 840 por orden del emperador Teófilo. En el conflicto ocasionado por los iconoclastas, Eutimio se distinguió por el fervor con que defendió las imágenes en el culto religioso. Pero habiendo tomado partido el emperador Nicéforo por los iconoclastas, condenó a Eutimio al destierro, con el que empezó su calvario.

La rúbrica de esa carta, tan efímera, también marcó, de alguna forma, la inauguración de mi calvario. Porque yo estaba convencido de que ella, transeúnte cotidiana del sur de la ciudad, aficionada a patear el vidrio por lo menos un día a la semana, sin reparar en anécdotas ni almanaques, ella, la de la identidad confusa, oculta por su voluntad o extraviada, todavía no se, en el laberinto de dos caprichos etimológicos distintos, estaba conociendo una sensación distinta, estaba comprobando que las pulsaciones de la sangre en las arterias, en ciertos momentos, son verdaderos bazucazos que nos marcan para siempre, dictaminando una dependencia a esas sensaciones, más iconoclastas que el calvario de Eutimo, Eutimio, el obispo y mártir que sigue celebrando su onomástico en el calvario de esa fecha, once de marzo y seguramente ni noticias tiene de lo que le pasa a Kurnikova, a ella para quien el tapiz aéreo de las jacarandas no fue un argumento que explicara el eclipse que estalló en su vientre esa mañana. Ella sintió la tentación temprano pero apenas tuvo ánimo para suponer que la naturaleza declinaba sus ciclos y que simplemente amanecía de otra manera. La incertidumbre de sus tempestades todavía no aclimataba sus reclamos a la nueva circunstancia. Ella sintió, pero en ese tiempo aún desconocía que este mundo se rige por las estaciones de la sangre.Era el sur de la ciudad y la gramática de su temperamento modificó sus paradigmas y sus exigencias. Con la curiosidad de faraona que capotea la tempestad, ella se auto proclamó mártir de la desolación, lo único que parcialmente supo fue que su piel no tiene sosiego sin el psicoanálisis que en sesiones imprevistas él ejecutaba, sin mayores contingencias ni diagnósticos ambivalentes con su tacto.En su adicción por la caricia Ella nunca pone interrogación a los escrúpulos: su misterio es el caballo de una Troya contemporánea que al ritmo de su propio viento se incrusta en la memoria de nuestros fantasmas, mientras a mi, una nueva cruzada de Sulamitas perturba mi retiro y me inscribe en esa esgrima que sostiene con la naturaleza abstracta de sus conceptos.El dragón espera, Ella dice que también espera.Sigue siendo el sur de la ciudad y la antropofagia condimenta sus laberintos con rituales que pretenden ocultarse, pero la piel no tiene amnesia. Cada poro es un onomástico que espera la festividad y el homenaje a la simetría que sus cuerpos alcanzan en esos precipicios diurnos que ni el más antiguo calendario de Galván consigna.Santoral de nada, del nadie en que convierten su osadía. Eso es el equilibrio, la festividad temprana en la que los dos callan esos argumentos que en un contexto diferente conjurarían los alcances de esa tentación que levita más allá del plagio, porque plagios somos en medio de esa turbulenta multitud que en su prisa nos ignora, pero nosotros, nos sabemos. Conocemos de memoria cada respingo como un diácono dice conocer los avatares que San Juan alucinó en esa Patmos que se encuentra lejos de nosotros y nos hace inmunes a la ira apocalíptica predicha y no nos queda más remedio que acatar las órdenes dictadas por la cercanía.Solo entonces Ella comprendió la tentación. No supo cómo desprenderla de su carne y desde siempre acecha. Desde entonces sus banderas ondean y proclaman la victoria en cada encuentro. Ella se atiene a los arrecifes sanguíneos y comprende que el torrente de impaciencia que gravita en sus arterias obedece a un cambio de estación y aclimata sus arrebatos, atempera sus exigencias y solfea tonadas que quisiera apócrifas pero Aute no se presta a ese juego y, resueltos los enigmas, Ella espera, dice que de verdad espera y su paciencia recibe como trofeo pétalos de jacarandas y teje sueños, Penélope temprana, y sigue siendo el sur de la ciudad mientras Ulises zarpa las entrañes de la tierra y proclama en el vagón que el amor es eso, la declaración de una promesa posfechada.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Verbos

La ausencia no es un verbo transitivo,
pero podemos conjugar
su escarcha
y declinar el laberinto abstracto
de sus ríos.

Solos, presintiendo que nos presienten,
pensamos en el otro
y pensamos que él nos piensa
porque apenas somos eso:
desafíos entre diatribas,
vocativo absuelto en medio de ese miedo,
apenas dueños de una certeza que hemos descubierto:
el uno llega al otro amaneciendo,
insomne,
se amanecen y se funden, -momentáneos infractores-,
en esa luz complementaria
donde la caricia iniciática,
dictada en el desvelo,
es la única ley
que sostiene la gravedad de su impaciencia.

La espera, en esta piel,
tampoco es verbo conjugado.

Juan Manuel Bonilla Soto

Las palabras y la piel


La contundencia de las palabras

no radica en su pronunciación;

el anuncio y la promesa

son laberintos fortuitos

perpetrados en el azar,

pronósticos ambivalentes

en espera de verificarse en la piel,

o desmentirse en el olvido.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Los caprichos de la carne


"¿Cuántos vértices tiene un triángulo? ¿Tres, seis, nueve? ¿Y qué sucede cuando esos vértices comienzan a girar, primero como un jego y después como aspas filosas destruyen todo a su paso, alcanzándose, montándose una sobre la otra, hasta disolverse en un continuo no ser?"


Con esas palabaras de MARCEL SISNIEGA se desata la emoción; se desata el momento previo a la emoción y es justamente ahí cuando el azar disuelve su apariencia para dejar de no ser. Es el momento en que la voz de sentencia que hay detrás de cada "tercera llamada, tercera" deja sus espectros en una realidad de luz y en un espacio hertziano en donde la voz del actor es un verdadero truco de ventrílocuo y habla nuestra sinrazón, es cuando el espectador toma conciencia del limbo en el que se extravía y da cuenta de su desorientación.

Mensajeros de nosotros mismos, con nuestra porpia voz, acudimos con puntualidad a la revelación. Es necesario invocar un prodigio óptico para que nuestro estrabismo sintonice su mirar con voluntad de cíclope y conciliar el acto hipnótico con que el vértigo nos posee y nos deja ver a través del Ojo de Selene lo que antes no pudimos presentir.

La voz de Sebastián no admite concesión "Díme cómo pasó", suplica con una voz imperativa que ha dislocado el eco de su esperanza en una especie de asfixia que en realidad quisiera no escuchar. Pero Ernesto, satisfecho hasta donde no, aprovecha la sequía espiritual de su interlocutor para desatar la tempestad de esa confesión. "En la playa fue", fue ahí la primera vez y pude constatar la redondez de la Tierra en la simetría de sus senos que irradiaban resplandor y tentación.

La palidez que enmarca el desparpajo de Mariana para deambular entre los labios de los dos es directamente proporcional a la zozobra y el descaro en los que Sebastián y Ernesto debaten el rumbo de su conmiseración.

Pero el verdadero milagro estaba por ocurrir o acontecer, si es que los milagro acontecen u ocurren y Matilde (Zazly Anguiano), Matilde, por el amor de dios, logra el prodigio de encontrar la aguja en el pajar y sólo ella, nadie más, puede deslizar el camello por ese ojo del aparente azar con el que la perfecta proporción de su desnudez juvenil produjo un nuevo big bang y un nuevo orden universal....

Lo que uno puede ver en "Los caprichos de la carne", obra límite (como la califica Sisniega) de Martín Zapata es ese verdadero querer hacer; es un teatro que no se deja complacer o agobiar por algún tipo de yugo ni está dispuesto a ruborizarse frente a ninguna inquisición. Es un teatro que lleva el desafío a niveles de creación que no admite lisonja previa que lo orille a callar.

Es un teatro que dice, pero también es un teatro que hace; es un teatro que como en muy pocas ocasiones pudo resolver la ecuación que permite conjugar en un mismo plano escenográfico y vital el aparentemente irreconciliable "del dicho al hecho" y nos demuestra que entre uno y otro en realidad "no hay tanto trecho": acaso el resquemor de un miedo capital que tanto a Ernesto como a Sebastián, bajo la oficiosa lujuria de Mariana y la absolución que Matilde es, los deja en libertad para compartir la piel, para transfigurarse en la perpetuidad espasmódica del escalofrío, para elevar el Pecado a nivel de Gracia o de Virtud, por supuesto, igualmente, capital.
***Obra de Martín Zapata presentada en el marco del III festival Otras latitudes 08, en el Teatro Julio Castillo, del Centro Cultural del Bosque los días 2 y 3 de septiembre.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Pausa

Anatomía de la superstición
Juan Manuel Bonilla Soto

(2:45 hrs)
El insomnio la anuncia. Cada minuto es un heraldo prófugo de Jericó. La penumbra impone su toque de queda a los sentidos que de alguna forma se encuentran abatidos. Posiblemente alguna cabañuela abandone los augurios monásticos que le hubieran asignado en el calendario.

Entonces la impaciencia despoja sus palpitaciones de todo antifaz y se instala con la frialdad escultórica del presentimiento como una estatua carente de pedestal y de prejuicios.

(3:15 hrs)
Su contoneo indescriprible conjura cualquier afán que pudiera tener de sasignarle algún calificativo a sus caderas. Tengo la cereza de que los últimos retoques dictaminaron el resplandor de su leviatación.

(4:38 hrs)
Este escalofrío no es un presagio, acaso el eco de su esgridencia y de su oráculo; su gemido, el recuerdo de su gemido es un sacramento, un proverbio que se amotina y transfigura en constelación de palomas, en mellizas de su ausencia.

(5:00 hrs)
Es horario de verano.

(5:12 hrs)
El badajo de la espera desata sus pasiones, disgrega sus miedos en un horizonte que carece de catálogos, de pormenores y de promesas.

Estiro el brazo y no la encuentro, apenas quedó la sábana impregnada de un sudor que no es únicamente de mi cuepo, de algunas efemérides que no surgieron de mi imaginación.
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Es hora de ponerle fin al culto del instante. Sólo encuentro una parodia en la bitácora. Se que su mandato exige -y seguramente tendrá- parte de mi pensamiento diurno. Por supuesto qu no lo quiero lamentar después. (5:59 hrs).

martes, 5 de agosto de 2008

Seimayi Kurnicova III


Seimayi Kurnicova III

Ella es el segundo ejemplo conocido de un espíritu encarnado, por lo menos, después de la Transfiguración del Espíritu Santo (y el verbo se hizo carne) convertido en el cateto que faltaba para sellar de manera impermeable el triángulo de la devoción que mantiene el rebaño pastoreado por Benedicto XVI, Benedicto en latín significa “el que bien dice”, aunque en realidad este no dice nada, bueno, si lo comparamos con todo lo que dijo el políglota Wojtyla, el mismo que pidió perdón por los crímenes que cometió su iglesia cuando la Inquisición y que batió récord en el hit parade latino santificando mártires e inditos. ¿Recuerdas aquel cine de Insurgentes Norte, allá por Lindavista que simulaba los castillos Disney World y que en ellos venerábamos a Mikey Mouse encabezando una corte de ídolos paganos? Pues ya sabrás que ese atentado de herejía gabacha fue derrotado por la intervención del Sumo Pontífice del que hablamos y en sus ruinas edificó el santuario para que Juandieguito descanse cuando sus caminatas de Izcalli a Tlatelolco en búsqueda de curas para Bernardino, pero te decía que su apabullante verborrea, la de Juan Pablo, terminó en balbuceos incomprensibles a bordo de su papamóvil, ¿te acuerdas? Desde ese testimonio hebreo de encarnación poco se sabe, por lo menos no lo sabe tanta gente, que otro verbo se haya convertido en carne, pero la encarnación de ella tuvo otra misión: no le importaba tanto buscar la redención espiritual, sino el patrocinio del placer, y es precisamente ahí donde se fincan la fortaleza secular y las proezas caritativas de su ministerio: en su inagotable afán por dar y recibir placer.
La síntesis que explica su doctrina tiene origen en el mandato bíblico que no sabemos si con intención imperativa o suplicante establece "dejad que las niñas vengan a mi" y ella, niña buena, no sólo viene a mi, sino que se viene con nosotros, en nosotros, llenándonos así todos de gracia en ese acto de fe. Porque si no es con soberana fe no se como le hacía, era un verdadero milagro estar entre sus brazos, entre sus sábanas, o entre las mías, ¿qué importancia tiene aquí la propiedad de quién? Y por eso fue muy criticada, qué aberración, dios mío, qué aberración, cuánta maldad encierra esa condena, cuánta envidia (pecado capital) en maldecir ese acto de amor, de amor y fe.
Yo creo que tanta mojigatería la llevó a capitular frente al confesionario, pero lo bueno es que solamente ahí capituló. Por supuesto que cumplía con las penitencias que se le imponían, pero ella, convencida de su misión aquí en la tierra, después de los rosarios impuestos reincidía ante nuestra devoción hasta que otra vez otra voz la convencía y ahí está de nueva cuenta ante el amor y ante la confesión y es que esta muchacha es verdaderamente intrépida, intrépida o suicida, porque dime, ¿a quién más se le ocurre soltar en el confesionario ese secreto que ni sus íntimas le arrebataron? Y mira que me consta lo que hubieran dado por escudriñar sus perversiones, sus cochinadotas, como ellas les decían, y aunque nunca constataron nada, por mucho tiempo su curiosidad estuvo en vilo y su morbo gravitando como ascua en la órbita de su cachondería. Y cómo no, si entre las precoces de su tiempo ella fue primero, anticipada, curiosa, traviesa y eso, a fuerza te convierte en ídolo y ejemplo. Pero te decía que su atrevimiento no conoce límites, no dudo ni tantito que el párroco estuviera al borde del colapso, tentado por la pederastia, mientras escuchaba lo que más que acto de contrición semejaba el testimonio pornográfico de una malvada, de una oveja descarriada y mal interpretada, condenada de antemano a una como excomunión que por supuesto carecía de lógica y sustento, porque ella no hacía algo diferente que seguir obedeciendo las proclamas bíblicas, o dime tú ¿desde cuándo amar a los otros, así, en plural, se convirtió en pecado? ¿No es ese "amaos las unas a los otros", como la venida de las niñas otro mandato de Jesús? Ella es lo único que hacía, multiplicar y repartir su amor entre los otros como un gesto más piadoso -y nutritivo- que el milagro de la multiplicación aquella de los peces y la enseñanza del arte de pescar en lugar de dar pescado y no sólo nos amó a casi todos, sino que nos enseñó su arte, convencida de que amarnos y dejarnos en el desamparo sería un acto de crueldad, más que de caridad.

Seimayi Kurnicova IV


Seimayi Kurnicova IV

Sí, podemos decir que se trata de una realidad aparte, pero es justo ahí en donde los charlatanes se descubren. Hay muchos que tienen cierta idea de le que se trata, como tú, tú que te atragantas con las cinco líneas que leíste de "las enseñanzas de don Juan", y no aprendiste más que pura madre, te decía que algunos tienen cierta idea pero sus espíritus no están preparados, no se puede llegar a la flor así nomás como si nada, la purificación es lo que nos distingue. Sí, ya se que me espetarás el argumento que acostumbras, aunque, para ser honesta, hace mucho tiempo que ese alarido perdió categoría de argumento, las primeras ocasiones que lo usaste la neta sí me sacudió, hasta que llegué a la cuenta de que sí, de que yo no era más que una viciosa, y fíjate muy bien que aquí no digo adicta, sino viciosa, y esto la verdad suena más feo, porque los adictos por lo menos tienen la esperanza del centro de rehabilitación y el consuelo de su terapeuta, pero un vicioso... Y mucho peor una viciosa. Y eso, nuevamente la verdad sea dicha, no estoy muy segura si me aterraba o si me conmovía, pero de lo que no hay duda es de que despertó en mi esa reflexión que me hizo distinguir entre los iniciados y entre los farsantes y yo, como tributo del ayuno y de otras privaciones pude llegar purificada al acto, o sea que no soy de esos charlatanes que por haber leído un poco a Castaneda casi se auto proclaman los chamanes de la banda, los ayatolas del barrio. ¿A poco pensabas que mi nombre, mi segundo nombre, el de batalla, Seimayi, es puro capricho del folclore? Pues ya ves que nanáis, me llamo así porque el ayuno me convirtió en doncella, porque yo sí pude estar en esa Ceremonia y no pienses que estuve como oyente, estuve como Seimayi, como la doncella elegida para recibir la flor, la primera flor, por la que se caminan tantos días y se ayuna tantas lunas. Pero te decía que sí, que parece que esto sí es una realidad aparte, pero nos quedamos cortos, no se trata de una, sino de realidades múltiples, realidades que si acaso y de manera tangencial se cruzan y fíjate que no digo se mezclan, sólo se cruzan, no caminan juntas, no se funden, no son como las líneas paralelas que, si bien es cierto que nunca se juntan, tampoco se separan, esas podemos decir que son realidades semejantes, las otras son ajenas, únicas, aparte. Pero el ayuno también me hizo un poco humilde y la verdad te mentiría si te dijera que siempre fui Seimayi, no, que va. Mi primer encuentro con Catorce fue de polizón, polizón, jijiji, que palabra tan chistosa, yo siempre la relacioné con buques de vapor, con las aguas del Pacífico y el Atlántico, con pránganas que no compraban su boleto para el viaje y se escondían en los rincones más infectos de la embarcación con la complicidad, acaso, de alguno de los cocineros que previamente renunciaran a la tentación del sable y la pipa reservados sólo a un capitán. Sí, me fui de polizón o polizona, que suena todavía más chistosito, pero qué querías que hiciera, sí los iniciados para esa peregrinación ya estaban seleccionados y completos.
La verdad yo no pensaba ir pero ya ves como es Froilán, inquieto, de repente jipi y súper mariguas, pachecote pues; él fue quien me inició, en ceremonia clandestina porque ya ves que él no era chamán, ni guía, ni acompañante: era apenas iniciado pero ya era un infractor que no pudo resistir la tentación del vuelo frente a la de por sí tentacionzota que yo soy. Lo conocí en el parque Independencia, jardín, le llaman los norteños. Te platiqué, ¿no me digas que también se te olvidó? Bueno, eso ya no es novedad. Pues sí, estaba yo sentada en posición de Loto y mis colguijes sobre el manto de percal, esa tela multicolor que parece la hubieran bordado o tejido con la policromía de los huicholes, pero que sale muy barata en Parisina, ya sabes, yo vendía bisutería manual, chaquiras, canutillos, listoncitos, piolas y cáñamo para tejer trencitas, pedrería y ámbares dizque de Chiapas, pedazos de algún cuero comprado en las peleterías de Tepis, cera de Campeche para rastas, anafres diminutos e incensarios de caoba y ya qué más te digo, artesanía jipiosa, pues, ya sabes.
Pero lo que no puedo omitir es esa pipa, era legítima, de hueso bien labrado, grecas y caracoles dominando la decoración, pura finísima labor, y para amenizar, pues ya sabrás, como si aquello fuera la hora de las complacencias en mi sanyo, aquella que todavía no leía mp3, pura wab, pero nada que paraba el reggae, Anastasio y los del monte, Guacamaya urbana, Bajahreke, Alam Rasta, Cultura profética, Hierbabuena Kajahla, y el bajo de Boby Babilón, llena de gentilicio regional, sin subirle todo, apenitas el volumen suficiente para no eclipsarnos con los decibeles de redobas y tamboras, ya sabes, que don Cruz Lizárraga con su Recodo y Los tigres del norte, mientras One Love, One Herat/ Let's get together and feel all right/ Hear the children crying (One Love)/ Hear the children crying (One Heart)/ Sayin' give thanks and praise to the Lord and I will feel all right/ Sayin' let's get together and feel all right... Bob Marley por acá y zaz, que cuánto por la de allá, pero decir que 'la de allá' define nada, o todo, como nos convenga, por lo pronto yo me hice medio güey y le dije que la ancha costaba veintidós y la angosta diez y seis, pero dijo que no, que esas no, e insistió con que su aquélla, pero el reclamo resultó igual de abstracto que su primera invocación. Y es en esta parte en donde si me pensabas loca ya no te quedará ninguna duda, pero ¿qué querías que hiciera si a esa pipa le tenía su cariñito? Pues ahí tienes que empezó un regateo de aquellas, una verdadera puja, decía él sintiéndose héroe en casa de subastas: "noventa y cinco pesos, dice el joven, noventa y nueve a la una, noventa y nueve a las dos, noventa y nueve a las...", esperen un momento, por favor, la señorita del huipil -esa soy yo- ofrece ciento diez..." vendida al joven de las rastas, qué gran adquisición... Y sí, ya te decía que esa pipa de marfil fue la causa de que me iniciara en el ritual, de que le tuviera su veneración, de ser Seimayi, la doncella que tiene el mérito y el privilegio de recibir la primera flor.
¿Que Froilán cómo se conectó con ese clan? De principio déjame aclararte que no somos ningún clan, somos iniciados, somos gente que por su convicción nos hemos integrado a la comunidad, somos gente que renunció al demonio de la tentación de consumir peyote sólo por placer, somos iniciados para quienes el sabor ritual de masticar la flor es una revelación más que una locura, buscamos la sintonía espiritual de nuestros sentidos con la temperatura proverbial del cosmos, pero de un cosmos previo al que resultó del caos original. Nuestra travesía no está expuesta a naufragar porque el temperamento de nuestras arterias, en su polivalencia nos aleja de la mortalidad y en ese momento somos dios, todos nosotros transformando nuestra diversidad en la presencia singular de dios: somos dios.

martes, 29 de julio de 2008

Seimayi Kurnicova II

Del encontronazo con Chabela, ¿De dónde si no me iba a surgir esa necesidad para multiplicarme?¿No sabes quién chingaos es Chabela? Está bien, te lo diré de nuevo, aunque estoy segura de que te aclaré la misma duda cuando te presenté con Eva, ¿a ella sí la recuerdas? Mira, la clase a la que Chabela pertenece no admite tuteos, y menos con pránganas que sustituyen la turbocina o el queroseno para elevar sus sueños por el prodigio de esta yerba milagrosa, pero dejemos de lado la manera en que cada quién resuelve su necesidad de vuelo, porque tú ya bien conoces el combustible de los míos. Te decía que desde que la vi pronunciando la primer palabra supe que las dos nos andábamos buscando. Sí, ya se que piensas que estoy loca o que traigo un pinche viaje de esos sin escala que tanto te horrorizan, pero de nuevo te equivocas y ninguneas mis méritos socializantes, si la tuteo es porque ella lo permite y por el derecho de ejercer la democracia y la igualdad por la que su tío dio la vida, o se la quitaron, en el Palacio de la Moneda allá en Santiago. ¿A poco pensaste que también renunciaríamos a eso de fraternizar con las familias de abolengo para que los milicos siguieran ondeando sus putas banderas de victoria como si nada o como si nadie? Pos ahí si nomás ni madres fíjate, nomás eso faltaba. Pero hay otra razón y esa nada más nosotras lo sabemos, y aunque nos lo callamos, las dos sabemos que la otra sabe. Y en este punto no te hagas pendejo, porque tú también lo sabes y hasta dijiste que era cierto, que esa pinche vieja -bueno, tú fuiste más decente, esa señora, dijiste, era la mera neta y también dijiste que encontrabas en las dos un algo así como una especie de hermandad, algo como una sintonía internacional o no recuerdo que mamada de ese estilo. ¿Ya te acordaste? No, si te digo, estás carbón con la memoria que te cargas y luego sales que con la muerte de las neuronas por fumar mi porquería, ya quisieras un kilito de mis súpergigabytes. Ándale, ándale, ya casi le atinas, Chabela es esa amiga a la que en sus viajes le da por transformarse en médium y hablar con sus ancestros, con los Espíritus; sí, a la misma que le da por ver la forma en que Pedro pudo escaparse –con la intervención del Senador, claro está, y sobrevivir a la maldad de los gorilas bajo el mando de Pinochet -pinche Pinocho Pinochet, tan chingón que se sentía con los dólares y los asesores con que la CIA le subsidiaba la codicia, ese, el cínico hereje con una vocación teológica sacada de no sabemos donde que se auto comparaba con San Pablo y que con las palabras de ese apóstol buscaba encontrar perdón anticipado a sus atrocidades: “Yo creo lo mismo que San Pablo, Dios nos eligió para cumplir misiones y nos facilita el camino para que se haga lo que Él mandó.”, pero el muy milico no contaba con la astucia de Garzón, ese contradictorio y raro juez de España con nombre de rey mago que en lugar de Epifanía fue para el dictadorzuelo el Pilatos que no se conmovió con su argumento de locura y se lavó las manos en el mismísimo aguamanil donde el senil gorila quiso expiar los crímenes de su voracidad.

lunes, 28 de julio de 2008

Seimayi Kurnicova




Seimayi Kurnicova

I

¿Cuántas pecas caben en el laberinto de la búsqueda que es tener dieciséis años cabales y una colección de sueños con su alineación intacta? Apareció aparentemente de la nada, como aparece la capacidad de maldecir en medio de la resaca de la mañana siguiente a una noche cosacamente siberiana. La escena no exigió utilería fastuosa ni efectos especiales: una expresión bondadosa, casi indiferente de su hermana fue el conjuro suficiente "tú con la rusa", para encender un entusiasmo idéntico al calor de las chimeneas soviéticas que Kurnicova tanto alucinaba.
Bebimos en pequeños sorbos -padecimos, suena más preciso, el trago amargo de cualquier presentación, porque lo que es yo, al momento de soltar su mano y separarme por primera vez de su mirada, no retuve ni una sílaba siquiera de la onomatopeya trasatlántica en la que ya, desde entonces, navegaba la fonética de su presencia, pero supe, en cambio, que la ráfaga de escalofríos que puso a la deriva mi razón y mi aparente integridad, acababan de chingar a toditita su madre con mayor estruendo que la capitulación del mítico Titanic.

No cabía lugar a dudas respecto a su encanto, no podía caber, proclamaba ella cada vez que sus ojos cruzaban miradas y florete ante algún espejo ocasional que la casualidad interponía entre ella y el nunca aceptado problema de estrabismo que las otras se afanaban en diagnosticarle en legítima defensa porque se reconocían menos asediadas, menos atractivas. Kurnicova, por su parte, había fundamentado con hilaridad su desperfecto óptico: no es que fuera bizca, que barbaridad, su vocación de vigilar de manera permanente y simultánea la conducta de los dos océanos obedecía a su naturaleza dual: tampoco ella tenía certeza de la ubicación del paralelo o la coordenada que la vio nacer.

Ante la convicción de que el tesoro resguardado en su entrepierna era el motivo recurrente sobre el que se cruzaban las apuestas más insólitas, Seimayi nunca devaluó la cotización en rublos de su sonrisa impecablemente cómplice del fluoruro y disfrutaba, en cambio, en abanicar con aires de condesa las compulsivas pretensiones de la jauría de hombres que soñaba -y literalmente babeaba- con que sus golondrinas hicieran primavera en el controvertido invierno que imperaba entre sus piernas.
Con la misma pulcritud, malsanamente calculada, con la que fraguó su aparición, sin testigos oculares ni testimonios de otro tipo, el día menos pensado desapareció. Para desmentir la absurda teoría de su inexistencia, en muchos de nosotros todavía resuena la cardiopatía que adquirimos bajo el patrocinio de sus inmutables desdenes y, a diferencia de los otros, yo sigo santiguándome frente al altar en donde rendimos culto a su afición militantemente bolchevique de patear el vidrio y pronunciar, con acento inconfundiblemente balcánico el nombre inconfundiblemente náhuatl de Seimayi en cánones precisos que lo enlazan con la fonética kremliana de su otro nombre: Kurnicova.

Seimayi Kurnicova

Seimayi Kurnicova

I

¿Cuántas pecas caben en el laberinto de la búsqueda que es tener dieciséis años cabales y una colección de sueños con su alineación intacta? Apareció aparentemente de la nada, como aparece la capacidad de maldecir en medio de la resaca de la mañana siguiente a una noche cosacamente siberiana. La escena no exigió utilería fastuosa ni efectos especiales: una expresión bondadosa, casi indiferente de su hermana fue el conjuro suficiente "tú con la rusa", para encender un entusiasmo idéntico al calor de las chimeneas soviéticas que Kurnicova tanto alucinaba.
Bebimos en pequeños sorbos -padecimos, suena más preciso, el trago amargo de cualquier presentación, porque lo que es yo, al momento de soltar su mano y separarme por primera vez de su mirada, no retuve ni una sílaba siquiera de la onomatopeya trasatlántica en la que ya, desde entonces, navegaba la fonética de su presencia, pero supe, en cambio, que la ráfaga de escalofríos que puso a la deriva mi razón y mi aparente integridad, acababan de chingar a toditita su madre con mayor estruendo que la capitulación del mítico Titanic.

No cabía lugar a dudas respecto a su encanto, no podía caber, proclamaba ella cada vez que sus ojos cruzaban miradas y florete ante algún espejo ocasional que la casualidad interponía entre ella y el nunca aceptado problema de estrabismo que las otras se afanaban en diagnosticarle en legítima defensa porque se reconocían menos asediadas, menos atractivas. Kurnicova, por su parte, había fundamentado con hilaridad su desperfecto óptico: no es que fuera bizca, que barbaridad, su vocación de vigilar de manera permanente y simultánea la conducta de los dos océanos obedecía a su naturaleza dual: tampoco ella tenía certeza de la ubicación del paralelo o la coordenada que la vio nacer.

Ante la convicción de que el tesoro resguardado en su entrepierna era el motivo recurrente sobre el que se cruzaban las apuestas más insólitas, Seimayi nunca devaluó la cotización en rublos de su sonrisa impecablemente cómplice del fluoruro y disfrutaba, en cambio, en abanicar con aires de condesa las compulsivas pretensiones de la jauría de hombres que soñaba -y literalmente babeaba- con que sus golondrinas hicieran primavera en el controvertido invierno que imperaba entre sus piernas.
Con la misma pulcritud, malsanamente calculada, con la que fraguó su aparición, sin testigos oculares ni testimonios de otro tipo, el día menos pensado desapareció. Para desmentir la absurda teoría de su inexistencia, en muchos de nosotros todavía resuena la cardiopatía que adquirimos bajo el patrocinio de sus inmutables desdenes y, a diferencia de los otros, yo sigo santiguándome frente al altar en donde rendimos culto a su afición militantemente bolchevique de patear el vidrio y pronunciar, con acento inconfundiblemente balcánico el nombre inconfundiblemente náhuatl de Seimayi en cánones precisos que lo enlazan con la fonética kremliana de su otro nombre: Kurnicova.

domingo, 29 de junio de 2008

Del paisaje y del recuerdo


I.- El paisaje y el recuerdo
“La lectura hace a un hombre completo, el discurso lo hace dispuesto, y la escritura lo hace exacto”.
Con esas palabras de Francis Bacon y la postal retórica que jm, el vecino de la Torre Mayor, nos regala en la última entrada a Cachivache, encuentro motivo para invocar los misterios del recuerdo y de la infancia.
Para quienes crecimos en el semidesierto, la invocación del Tyumbulux nos dice nada. No percibimos ni el rumor de su vagancia ni el juicio implacable con el que ata a su vértigo a quienes cruzaron su cauda y sobreviven.
A nosotros, la visión reveladora que nos hace atávicos no es acuática. Acaso acústica. Y es que cuando bajo tus pasos cruje el mundo y solo te quedas con el testimonio de una tierra que se inmortaliza en grietas ya conoces el Déjà Vu que habrá de regir el anverso de tu zodiaco. Nunca la sentencia bíblica de “Polvo eres y en polvo te convertirás” es más profética: las palabras del desierto suelen se oráculo y destino. Para nosotros, para nuestra sobrevivencia, era imperativo desarrollar el principio de levitación: esa sería la equivalencia con quienes atraviesan el éxodo de sus sueños con manos de palmípedos y pulmones de naturaleza anfibia.
No tuvimos Tyumbulux pero las dunas de los jales (antes de la privatización absoluta y el amurallamiento de los mismos por la voracidad de esas compañías extranjeras que recientemente ocasionaron la muerte de mineros en Pasta de Conchos y dejar familias en el desamparo con la complicidad de los gobiernos de derecha) fueron nuestro Oriente recurrente, el faro de nuestras vacaciones y la plataforma de nuestras vocaciones.
La flora, casi tan tímida como muchos de nosotros era suficiente: los mezquites nunca escatimaron la simbología de sus vainas que derramaban su miel cuando los masticábamos y las disyuntivas de sus ramas fueron nuestra materia prima para construir los arsenales con los que desatamos verdaderas guerras de otros mundos en el micro mundo que entonces era nuestro. No acertábamos a equiparar ese paisaje con el Gran Cañón de Colorado, pero sus acantilados y la altura de sus deshidratados perfiles fascinaron y colmaron nuestra fantasía pre púber de niños fresnillenses avecindados en las cercanías del cuatro veces centenario Cerro de Proaño.
Las tunas son emperatrices de nuestra orografía. Por razones obvias de sobrevivencia, más que por respeto real, casi eran intocables, pero no renunciábamos al placer de sus almíbares y para acceder a sus favores era suficiente el argumento de unas cuantas monedas, todavía de cobre, para que los vendedores nos obsequiaran con cardonas, amarillas, blancas, chavindas, burronas, picochulo, rojas y ni las temibles taponas quedaban a salvo de nuestra voracidad, afortunadamente, sin consecuencias fatales para ese crepúsculo de morros que merodeábamos las huertas de nopales y las variedades espontáneas que se multiplicaban generosamente en la periferia.
Sólo los más grandes y atrevidos lograban en aquel tiempo la proeza de llegar hasta el cerro de Chilitos y saquear impunemente el tesoro de las biznagas: los míticos “chilitos” nos eran permitidos solo como artículos de ficción invocados en nuestra esperanza de crecimiento: “algún día nos atreveremos”, era nuestra proclama recurrente. En prenda quedaba nuestra espada de corsarios en océanos polvorientos y nuestras resorteras de mezquite. No tengo razón de alguna que se haya recuperado.

II.- Encrucijadas
El paisaje y la escenografía de la naturaleza también transforman sus alcances, sus esperanzas. El fenómeno migratorio, por fortuna, no solo orienta sus brújulas hacia los dólares: desde otros miradores, algunos destinos se entrecruzan y se reencuentran. Otros se descubren. Personalmente, yo he coincidido con paisanos productivos: artistas de distintas disciplinas, creadores incansables, científicos, investigadores y algunos otros que encontramos en la cátedra una equivalencia a la resurrección. Entre casi todos los invocados existe una madeja de orientación en el laberinto de los destinos que se pulverizan consciente o inconscientemente en la individualidad para después buscar la forma de reconstruirse en una fiebre de colectividad fomentada por recuerdos y alucines. Eso no puede tener, no tiene, otra pista de aterrizaje diferente a la creación.
Sedentarios involuntarios, o por lo menos nómadas resignados al precipicio cardinal de la urbe, desde el acto de contrición que realizamos cotidianamente, desde la experiencia igualmente expiatoria de la lectura, nos reconocemos sobrevivientes victoriosos y herederos del ímpetu de quienes lucharon en el mítico Mixtón.
Vegetarianos ocasionales en las barras de tianguis, supermercados y en el bufet de algunos restaurantes, estamos algo lejos, y no solo por treinta y cinco años, sino por infinidad de rumores que no reconocemos en el tumulto de las horas pico, nos resistimos a claudicar ante el smog y sobrevivimos amparados con la terquedad de la memoria.Bienvenidos a esa postal retórica que construimos y que compartimos, bienvenidos a esa resurrección de la infancia que no todos tuvieron oportunidad de vivir, pero que hoy reconocemos y se revela en cada uno de nuestros actos.
De verdad que el rumor de los recuerdos florece como el cauce del Tyumbulux que José Manuel Gómez Soto, El rojo Gómez, cruzó a manotazo limpio y que fue el pretexto para esta evocación.
Yo sí acepto el reto para dejar de nadar de a muertito en las promesas fluviales que recorren la selva menos luminosa de esta ciudad contradictoria. Se que también ustedes lo harán. Mientras la memoria y el recuerdo sean vigentes, las demás caducidades casi nada importan.

lunes, 9 de junio de 2008

Tu nombre

Tu nombre
Juan Manuel Bonilla Soto

Memoricé tu nombre
porque esa es la única manera
de sobrevivir
al laberinto de tu heteronimia.
Te memoricé desde el primer momento
porque eres dueña de una simetría
que no tiene sinónimos
para definir tanta contundencia.
Te memoricé porque eres semejante
a una diégesis capitular
y eres idéntica al quinto atrevimiento
que la Venus extasiada tiene como vocación.
Te memoricé porque estoy seguro
que tu potestad es epopéyica.
Memoricé tú nombre
porque presentí que es un conjuro
para exorcizar el precipicio;
lo memoricé porque te presiento etérea,
ajena a los mortales
y la única posibilidad que veo
para tenerte entre nosotros
es la invocación del eco, del vértigo,
de la estridencia,
de ese mito que se nos disuelve entre las manos,
dejándonos apenas el eco de tu nombre.

lunes, 21 de abril de 2008

Astronomía de octubre

Astronomía de octubre
Juan Manuel Bonilla Soto

Es cierto,
un perigeo se posesiona
en este invierno que será como ninguno.
El tiempo se desboca en conjunciones superiores.

Todo cabe en la simetría de una lágrima
que dilata sus límites de hielo,
y este invierno,
que será como ninguno,
se ve coronado por un cuarto creciente
que se columpia
en las manos arrepentidas
de la distancia,
en estas manos
que buscan el perdón
predicando el evangelio de la caricia
en un cuerpo a veces insensible.
Digo que este invierno será como ninguno
los senderos de la piel
verán que estalla el artificio de la sangre,
la tercera parte de la simetría
instalará su música en un chopo de niebla.

De nada servirá el refugio que ofrezcan cofradías anteriores.
El invierno dominará cualquier impulso
desde el púlpito que tiene al norte de la luna.

Todo cabe en la simetría de una lágrima
y aunque las manos amasen sacramentos,
acabarán muriéndose de una estridencia.

Sólo un talismán de humo
cambiará la suerte del profeta.

Yo sé lo que me espera:
una catástrofe de palomas
que irán de pueblo en pueblo
dejando mis lamentos y mis conjuros,
un redoble de resurrecciones
que se puede traducir de esta manera:
todo cabe en la simetría de una lágrima
porque este invierno será como ninguno.

lunes, 4 de febrero de 2008

Poetas acumulativos

El Génesis Abstracto y los Poetas Acumulativos
Juan Manuel Bonilla Soto

En un principio sólo eran balbuceos dispersos, reducidos al caos del anonimato, pero una voz denominó un paraíso diferente y esa voz se iluminó en la gracia y la hipnosis de unos ojos que le dictaron esas frases, ese Apocalipsis inverso en el que la costilla de Eva, de Ella, abandonó el capullo del pecado y se convirtió en manzana; la sonrisa entonces se hizo verbo, verso, la carne transmutó su tentación y fue esperanza, fue promesa, fue el arcángel que se desprendió una pluma de sus alas y desató esta contienda, este nuevo sacramento y esta acumulación de elogios, de alabanza a Ella, nuestra Ella, que desde su pedestal sonríe ante la retórica que le consagran ellos: Juan Manuel, José Manuel, Oliverio y Lisa, Poetas Acumulativos, constructores de este Nuevo Textamento, de este Evangelio de apariencia Apócrifa y de este dogma de fe, este misterio que se llama Ella, nuestra Ella.

Algo más sobre los taxis

David, creo que de los taxis omitiste un par de referencias imprscindibles, Norma, a la que Arjona le besó hasta la sombra abordó uno en Reforma y creeme, de escuchar esa historia me nació una vocación incontralable por kanejar uno y ruletear en esa arteria, con la esperanza de que Diana, la Cazadora, algún dia me aborde y deslizar mi tacto por las tentacciones de su bronce; el segundo detalle omitido es que los taxistas, no los taxis, tienen una maléfica capacidad de mimetismo y si nos ven urgidos, en lugar de detenerse, aceleran, o nos dejan con el brazo extendido para dar preferencia a alguna minifalda o un escote prometedor.Un abrazo.
Juan Manuel

domingo, 27 de enero de 2008

El Cachivache o la tanga meridional


La palabra Cachivache, representa para mi, más una connotación materna que una precisión semántica. Y es que al encontrarla como nombre de tu blog, mi nostalgia opera regresiones de milagro: la geografía y el tiempo conspiran de tal manera que me veo, literalmente me veo, con pantalones cortos, zapatos borceguí, camisa blanca con ribetes de un rojo infantil que no he olvidado y un gato decorando la escenografía visible de mi tórax a los cuatro o cinco años.

Sí, mi diverso, cibericonoclasta, plural y en apariencia caótico poeta oculto en alguna derivación de esas ecuaciones que inventa en sus mundos de juguete con el insano propósito de mimetizar sus aquelarres sanguíneamente lorquianos, pero, ¿qué se puede esperar, si no, del abrevante matemático en los caudales de Saffo y de Kavafis?

No se haga, poeta embozado, declare públicamente el triunfo de Homero sobre Pitágoras, de la metáfora y las certezas “cuénticas” sobre las especulaciones cuánticas y las Tablas Matemáticas, ¡Muera nuevamente Arquímedes Caballero!

Si, mi literal semejante en quehaceres solitarios, me da gusto encontrar en Cachivache la indeclinable tentación que tiene usted para registrar lo cotidiano mediante crónicas inmediatas en cualquier cuadrante del Plano Cartesiano, es una fiesta conocer mediante sus ojos y el recuerdo de su mont blanc, la Alambra, Río de Janeiro y Medellín, sin omitir las tentaciones que deambulas por ahí.

También es una celebración ver lo que usted vio y que comparte mediante su cámara, con esa misma con la que pretende adentrarse en los misterios del Equilibrio y que ratifico mi indisposición a conceder. Pero además de la soberbia visual que nos transmite, también hay n gesto de humildad al compartir el espacio gráfico con imágenes de otros. El registro generoso de la anécdota, el desafío visual al amparo de su Reflex mutan en una geografía tangible, una geografía más que física o política, en una geografía verbal que en su magnitud es tan diversa como las otras.

Respecto a la descripción de Medellín a partir de sus mujeres, esas diosas que vienen a dar cátedra de ritmo y la naciente religión por la gordura creado por Botero, quiero decir respecto a la nota del 18 de julio que me impresionó ese caballo, supongo que de Fernando, en el que el rechoncho cuadrúpedo quiere amparar la infancia en medio de sus cuartos delanteros mientras se recrea más que nosotros (cuestión de perspectiva, claro) en el frondoso misterio que sugiere la corsetería de esa diva en Medellín que debe ser la madre del chamaco y sería injusto reducirla a “poca madre”.

De lo que no hay duda, es que si yo la tuviera al alcance de mi lujuria escudriñaría debajo de sus encajes y juro que mi virilidad, otra vez, dejaría constancia de su apetencia internacional, acentuada por las caribeñas.

Confiese, poeta embozado, confiese. Mientras, síganos amparando con su vocación adyacente por la metáfora y no se escape por tangentes numéricas menos tangibles que la piel.

miércoles, 23 de enero de 2008

Itaca postfechada


Itaca posfechada
Juan Manuel Bonilla Soto

El silencio no retrae el eco,
nunca puede.
En el afán rompe los mitos y
se descubre como vocación
en medio de su intermitencia.

Ante la necesidad de trasponer
la brecha de un minuto,
Ulises titubea
frente a sus meridianos:
frente a sí,
tampoco puede direccionar
sus arrepentimientos...

¿Cuántas albas se requieren para sanar esas incertidumbres?

Onomásticos, cuántos, cuántos Onomásticos
en el desorden
de estas acumulaciones.
!Cuántos soles atávicos
en el oeste
de tu cerrar de ojos!

Pero la voluntad de Ulises
después de la declaración,
(esa que llega llena
y pega plena)
ya no tiene oráculos previstos:
Itaca es una promesa posfechada,
satisfecha en los meridianos alucinógenos
del desafío,
mientras el Marqués de Sade
capitula ante el freno
de esos desenfrenos,
sin diezmos que entregar,
sin más ofrendas del tacto
para profetizar liturgias
en ninguna piel,
sin alguna secreción
previa al diluvio,
tal vez al sacrificio.

viernes, 18 de enero de 2008

El sur de la ciudad


Mitología del sur de la ciudad.

El tapiz aéreo de las jacarandas no fue un argumento que explicara el eclipse que estalló en su vientre esa mañana. Ella sintió la tentación temprano pero apenas tuvo ánimo para suponer que la naturaleza declinaba sus ciclos y que simplemente amanecía de otra manera. La incertidumbre de sus tempestades todavía no aclimataba sus reclamos a la nueva circunstancia. Ella sintió, pero en ese tiempo aún desconocía que este mundo se rige por las estaciones de la sangre.
Era el sur de la ciudad y la gramática de su temperamento modificó sus paradigmas y sus exigencias. Con la curiosidad de faraona que capotea la tempestad, ella se auto proclamó mártir de la desolación, lo único que parcialmente supo fue que su piel no tiene sosiego sin el psicoanálisis que en sesiones imprevistas él ejecutaba, sin mayores contingencias ni diagnósticos ambivalentes con su tacto.
En su adicción por la caricia Ella nunca pone interrogación a los escrúpulos: su misterio es el caballo de una Troya contemporánea que al ritmo de su propio viento se incrusta en la memoria de nuestros fantasmas, mientras a mi, una nueva cruzada de Sulamitas perturba mi retiro y me inscribe en esa esgrima que sostiene con la naturaleza abstracta de sus conceptos.

El dragón espera, Ella dice que también espera.

Sigue siendo el sur de la ciudad y la antropofagia condimenta sus laberintos con rituales que pretenden ocultarse, pero la piel no tiene amnesia. Cada poro es un onomástico que espera la festividad y el homenaje a la simetría que sus cuerpos alcanzan en esos precipicios diurnos que ni el más antiguo calendario de Galván consigna.
Santoral de nada, del nadie en que convierten su osadía. Eso es el equilibrio, la festividad temprana en la que los dos callan esos argumentos que en un contexto diferente conjurarían los alcances de esa tentación que levita más allá del plagio, porque plagios somos en medio de esa turbulenta multitud que en su prisa nos ignora, pero nosotros nos sabemos. Conocemos de memoria cada respingo como un diácono dice conocer los avatares que San Juan alucinó en esa Patmos que se encuentra lejos de nosotros y nos hace inmunes a la ira apocalíptica predicha y no nos queda más remedio que acatar las órdenes dictadas por la cercanía.

Solo entonces Ella comprendió la tentación. No supo cómo desprenderla su carne y desde siempre acecha. Desde entonces sus banderas ondean y proclaman la victoria en cada encuentro. Ella se atiene a los arrecifes sanguíneos y comprende que el torrente de impaciencia que gravita en sus arterias obedece a un cambio de estación y aclimata sus arrebatos, atempera sus exigencias y solfea tonadas que quisiera apócrifas pero Aute no se presta a ese juego y, resueltos los enigmas, Ella espera, dice que de verdad espera y su paciencia recibe como trofeo pétalos de jacarandas y teje sueños, Penélope temprana, y sigue siendo el sur de la ciudad mientras Ulises zarpa las entrañes de la tierra y proclama en el vagón que el amor es eso, la declaración de una promesa posfechada.

Las gordas


No me pregunten más, sencillamente estoy enamorado de ella. De Ellas. No hay parámetro; si a ella no le preocupan las preocupaciones -legítimas o no- de los nutriólogos, esa fauna corrosiva tan de moda ahora, también a mi me tiene sin cuidado el último grito de la tendencia estética, ¡viva la anorexia y la bulimia!
Por razones de "peso" siempre preferí estar con ella, con Nuestra Señora de la Garnacha.
Santa patrona de la quesadilla (sea de flor o chicharrón prensado), del sope (aquí prefiero salsa de guajillo) y del pambazo (por favor doble ración de papas); incansable patrocinadora de la lonja, madrina del colesterol y prima hermana de las tallas extras, por favor no me abandones; que nunca te intimide el miedo a la diabetes ni la perversidad de las campañas en contra de la obesidad.
Si continúas satisfaciendo mis instintos y apetitos por demás inconfesables, si me sigues obsequiando con el crujido de tus chicharrones, con el gemido del aceite o la manteca en el comal, yo me comprometo a ser un preclaro ejemplo de piedad cristiana y no sólo perdonaré, sino que seré tu incondicional aliado en esa enemistad a muerte que tienes en contra de la tanga, el babydoll y el negligé.

sábado, 5 de enero de 2008

El jinete y la sibila


El jinete y la sibila.
Juan Manuel Bonilla Soto

Cada medio día, como jinete gótico deambulo en la memoria de nuestro primer espejo. Tan tempranamente góticos, nosotros en esa maraña verdinegra de álamos o fresnos en ese mediodía que bendice nuestra fugacidad que se torna cotidiana en la rivera de ese lago habitado tan solo de olas solas que se estampan frente a la impaciencia y la premura.

Ese instante es apenas un paréntesis que encierra la maravilla de podernos liberar de límites y, como únicos testigos, los trinos de esa pausa atragantan la garganta de las aves que no atinan sino a desobedecer bemoles para atenerse a las partituras que trazan en el aire, sobre nuestras cabezas, sorprendidas por la espontaneidad de nuestros actos y por la inclemencia de nuestro ojos que ya han desorbitado la costumbre y entretejen promesas que se empeñan en cumplir cabalmente en ese instante.

Por un instante somos Dios en medio de blasfemias; somos un remazo en la razón y la súplica de nuestro tacto desata tempestades y sólo nos preocupa que la vitalidad de esos minutos abdique a favor de una despedida, pero nada importa, porque fuera de nuestro círculo frenético sólo hay otra maraña ennegrecida por el conformismo y la renuncia.

Sibila, oráculo de ese clamor, anuncias la desaparición, pero no sabemos cuándo, no sabemos cuánto, no sabemos más allá de la certeza que tenemos en las manos ni atendemos otro calendario que no registre el sudor y el pronóstico de nuestra contienda. No queremos tener noción de la distancia, esta simetría cambiante que nos une y nos separa es la verdad tangible que no estamos dispuestos a contradecir ni maldeciremos sus conjuros.

Otra vez, la metáfora de siempre se transforma en blues y los labios sólo pronuncian besos y su tibieza bautismal ampara la etimología de nuestros semejantes. A partir de entonces, el rito atávico que practicamos nos rejuvenece, nos proporciona nuevos bríos para no ponerle fin a nuestra esgrima y los dedos, cúspides en movimiento, registran todo, exploran cada gesto en ráfagas de mil segundos por milímetro y estamos absueltos de toda culpa original y de toda contrición tardía: el acto de expiación impuesto es la espera.

Ella, entonces, es la cábala que ha de cumplirse, es la esperanza flamígera de librar otro purgatorio, porque fuera de su ritmo y su temperatura sólo hay una ciudad resignada a sus costumbres, sólo hay hombres y mujeres tristes caminando en la zozobra y sólo hay tiempo convencional y, para nosotros, hay una calma que urgentemente invoca nuevas tempestades.

Yo, jinete gótico, me repliego ante el espejo y espero. Sólo espero.

miércoles, 2 de enero de 2008

Año bisiesto


AÑO BISIESTO
Juan Manuel Bonilla Soto

La felicidad es un laberinto en cuyo preámbulo muchas veces extraviamos la liberad.

La libertad es un preámbulo que nos obliga a sortear un laberinto para conocer la felicidad.

El laberinto es un nudo de contradicciones semejante a un rostro reflejado en el espejo rutinario de nuestros temores.

El temor es una invitación a la cordura, es un imperativo que nos hace declarar nuestras buenas intenciones.

Las buenas intenciones son el primer paso para renunciar a la felicidad.

El preámbulo es el momento de la disyuntiva en el que debemos elegir entre ser libres y felices o cumplir cabalmente nuestras buenas intenciones.

Ese es el laberinto crucial de todo año que inicia.

Gocemos el pronóstico bisiesto de este 2008 sin renunciar a las buenas intenciones, sin temer al laberinto, sin titubear ante la disyuntiva y sin preámbulos lisonjeros que nos impidan ser felices y plenamente libres.