miércoles, 19 de diciembre de 2007

Equilibrio


EQUILIBRIO
Juan Manuel Bonilla Soto


Si algo denotaron mis palabras fue impaciencia. Una impaciencia concéntrica como supongo debe ser el movimiento de tu cadera al momento de altisonar con un badajo que pende de tu fuego y que es una invitación que no se puede desoír.

Si en verdad el círculo es la imagen de la perfección y de la eternidad, yo intuyo que en tu forma de predicar la intimidad existe un camino iluminado hacia la resurrección; te figuro inclinada, de espalda a tu feligresía, inicialmente con el talle erguido, soportando tu cuerpo en las rodillas, como si expiaras en esa acción todo el silencio al que me tienes condenado, o como si el rubor ante el contacto trasladara su presencia a la punta de tus pies en los que, en menor medida, también se apoyan los diástoles con los que conviertes en pira nuestra cercanía.

Siento que luego tus invocaciones y tus plegarias están acompañadas por coreografías corporales que no rebasan los diámetros convenientes para consumirnos en el calor creciente de la desesperación.

Pero el reverencial oficio de tu cofradía te obliga (te inspira) a intensificar el albedrío del movimiento y te inclinas hacia delante como queriendo alcanzar y tener entre tus manos el secreto y la promesa de una revelación. Como si eso fuera el cetro de la verdad que te proclama emperatriz de esta penumbra, el sudor de nuestra fugacidad oficia como incienso y como guía en la búsqueda del equilibrio y simetría corporales en la que nos enfrascamos con frecuencia.

En ese momento, cuando tu cuerpo se flexiona, como se hace toda reverencia previa a la alabanza, la casi perfección que alcanzaba el conjunto de tus muslos contraídos en circunferencia tintineante, tu cadera como límite tangible en el universo en el que se extravían mis caricias, mis dedos reconsideran el territorio sobre el que han posado los alcances de su disposición: muslos, cadera, espalda y nalgas renuncian a la perfección concéntrica de su armonía inicial para transformarse en pera asimétrica o corazón taquicárdico que me reclama agilidad para atraparla.

Ese corazón palpitante que sintetiza la vocación de tu ritmo, se me escapa de las manos y yo deambulo en el contorno mutante de su espiritualidad temblorosa y también yo tiemblo ante ese vaivén que se acerca y se aleja con una prisa y un espasmo propios del insomnio.

Insomne, no me recupero de los estertores que me motivas y, casi agonizando, descubro que la longitud de tus piernas descansa sobre el oasis de las sábanas con un sobresalto semejante a mi agonía. No hay derrota ni abdicación, simplemente calma, calma y reposo efímero para trenzarnos nuevamente en esa contienda inacabada que pernocta por momentos en el túnel incandescentemente blanco de mis explosiones…