martes, 5 de agosto de 2008

Seimayi Kurnicova III


Seimayi Kurnicova III

Ella es el segundo ejemplo conocido de un espíritu encarnado, por lo menos, después de la Transfiguración del Espíritu Santo (y el verbo se hizo carne) convertido en el cateto que faltaba para sellar de manera impermeable el triángulo de la devoción que mantiene el rebaño pastoreado por Benedicto XVI, Benedicto en latín significa “el que bien dice”, aunque en realidad este no dice nada, bueno, si lo comparamos con todo lo que dijo el políglota Wojtyla, el mismo que pidió perdón por los crímenes que cometió su iglesia cuando la Inquisición y que batió récord en el hit parade latino santificando mártires e inditos. ¿Recuerdas aquel cine de Insurgentes Norte, allá por Lindavista que simulaba los castillos Disney World y que en ellos venerábamos a Mikey Mouse encabezando una corte de ídolos paganos? Pues ya sabrás que ese atentado de herejía gabacha fue derrotado por la intervención del Sumo Pontífice del que hablamos y en sus ruinas edificó el santuario para que Juandieguito descanse cuando sus caminatas de Izcalli a Tlatelolco en búsqueda de curas para Bernardino, pero te decía que su apabullante verborrea, la de Juan Pablo, terminó en balbuceos incomprensibles a bordo de su papamóvil, ¿te acuerdas? Desde ese testimonio hebreo de encarnación poco se sabe, por lo menos no lo sabe tanta gente, que otro verbo se haya convertido en carne, pero la encarnación de ella tuvo otra misión: no le importaba tanto buscar la redención espiritual, sino el patrocinio del placer, y es precisamente ahí donde se fincan la fortaleza secular y las proezas caritativas de su ministerio: en su inagotable afán por dar y recibir placer.
La síntesis que explica su doctrina tiene origen en el mandato bíblico que no sabemos si con intención imperativa o suplicante establece "dejad que las niñas vengan a mi" y ella, niña buena, no sólo viene a mi, sino que se viene con nosotros, en nosotros, llenándonos así todos de gracia en ese acto de fe. Porque si no es con soberana fe no se como le hacía, era un verdadero milagro estar entre sus brazos, entre sus sábanas, o entre las mías, ¿qué importancia tiene aquí la propiedad de quién? Y por eso fue muy criticada, qué aberración, dios mío, qué aberración, cuánta maldad encierra esa condena, cuánta envidia (pecado capital) en maldecir ese acto de amor, de amor y fe.
Yo creo que tanta mojigatería la llevó a capitular frente al confesionario, pero lo bueno es que solamente ahí capituló. Por supuesto que cumplía con las penitencias que se le imponían, pero ella, convencida de su misión aquí en la tierra, después de los rosarios impuestos reincidía ante nuestra devoción hasta que otra vez otra voz la convencía y ahí está de nueva cuenta ante el amor y ante la confesión y es que esta muchacha es verdaderamente intrépida, intrépida o suicida, porque dime, ¿a quién más se le ocurre soltar en el confesionario ese secreto que ni sus íntimas le arrebataron? Y mira que me consta lo que hubieran dado por escudriñar sus perversiones, sus cochinadotas, como ellas les decían, y aunque nunca constataron nada, por mucho tiempo su curiosidad estuvo en vilo y su morbo gravitando como ascua en la órbita de su cachondería. Y cómo no, si entre las precoces de su tiempo ella fue primero, anticipada, curiosa, traviesa y eso, a fuerza te convierte en ídolo y ejemplo. Pero te decía que su atrevimiento no conoce límites, no dudo ni tantito que el párroco estuviera al borde del colapso, tentado por la pederastia, mientras escuchaba lo que más que acto de contrición semejaba el testimonio pornográfico de una malvada, de una oveja descarriada y mal interpretada, condenada de antemano a una como excomunión que por supuesto carecía de lógica y sustento, porque ella no hacía algo diferente que seguir obedeciendo las proclamas bíblicas, o dime tú ¿desde cuándo amar a los otros, así, en plural, se convirtió en pecado? ¿No es ese "amaos las unas a los otros", como la venida de las niñas otro mandato de Jesús? Ella es lo único que hacía, multiplicar y repartir su amor entre los otros como un gesto más piadoso -y nutritivo- que el milagro de la multiplicación aquella de los peces y la enseñanza del arte de pescar en lugar de dar pescado y no sólo nos amó a casi todos, sino que nos enseñó su arte, convencida de que amarnos y dejarnos en el desamparo sería un acto de crueldad, más que de caridad.

No hay comentarios: