lunes, 12 de marzo de 2012


Leer a Gabo es pronunciar, en cada sílaba de sus predominantes y adictivas esdrújulas, una especie de conjuro para librarnos de ese limbo que se llama indiferencia y tiene como sinónimo único la muerte. Leer las claves de Macondo en cada línea marquiana es descifrar un poco más los viejos pergaminos de Melquíades, "aquel gigante corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión" y saber que ente las manos nuestras ronda la posibilidad de no desvanecernos en las proas de otros anonimatos. Pequeñísimo homenaje por los 85 años de Gabriel, los 45 de Cien años y los casi treinta del nobel.
(Texto de la semana pasada)