domingo, 7 de septiembre de 2008

Los caprichos de la carne


"¿Cuántos vértices tiene un triángulo? ¿Tres, seis, nueve? ¿Y qué sucede cuando esos vértices comienzan a girar, primero como un jego y después como aspas filosas destruyen todo a su paso, alcanzándose, montándose una sobre la otra, hasta disolverse en un continuo no ser?"


Con esas palabaras de MARCEL SISNIEGA se desata la emoción; se desata el momento previo a la emoción y es justamente ahí cuando el azar disuelve su apariencia para dejar de no ser. Es el momento en que la voz de sentencia que hay detrás de cada "tercera llamada, tercera" deja sus espectros en una realidad de luz y en un espacio hertziano en donde la voz del actor es un verdadero truco de ventrílocuo y habla nuestra sinrazón, es cuando el espectador toma conciencia del limbo en el que se extravía y da cuenta de su desorientación.

Mensajeros de nosotros mismos, con nuestra porpia voz, acudimos con puntualidad a la revelación. Es necesario invocar un prodigio óptico para que nuestro estrabismo sintonice su mirar con voluntad de cíclope y conciliar el acto hipnótico con que el vértigo nos posee y nos deja ver a través del Ojo de Selene lo que antes no pudimos presentir.

La voz de Sebastián no admite concesión "Díme cómo pasó", suplica con una voz imperativa que ha dislocado el eco de su esperanza en una especie de asfixia que en realidad quisiera no escuchar. Pero Ernesto, satisfecho hasta donde no, aprovecha la sequía espiritual de su interlocutor para desatar la tempestad de esa confesión. "En la playa fue", fue ahí la primera vez y pude constatar la redondez de la Tierra en la simetría de sus senos que irradiaban resplandor y tentación.

La palidez que enmarca el desparpajo de Mariana para deambular entre los labios de los dos es directamente proporcional a la zozobra y el descaro en los que Sebastián y Ernesto debaten el rumbo de su conmiseración.

Pero el verdadero milagro estaba por ocurrir o acontecer, si es que los milagro acontecen u ocurren y Matilde (Zazly Anguiano), Matilde, por el amor de dios, logra el prodigio de encontrar la aguja en el pajar y sólo ella, nadie más, puede deslizar el camello por ese ojo del aparente azar con el que la perfecta proporción de su desnudez juvenil produjo un nuevo big bang y un nuevo orden universal....

Lo que uno puede ver en "Los caprichos de la carne", obra límite (como la califica Sisniega) de Martín Zapata es ese verdadero querer hacer; es un teatro que no se deja complacer o agobiar por algún tipo de yugo ni está dispuesto a ruborizarse frente a ninguna inquisición. Es un teatro que lleva el desafío a niveles de creación que no admite lisonja previa que lo orille a callar.

Es un teatro que dice, pero también es un teatro que hace; es un teatro que como en muy pocas ocasiones pudo resolver la ecuación que permite conjugar en un mismo plano escenográfico y vital el aparentemente irreconciliable "del dicho al hecho" y nos demuestra que entre uno y otro en realidad "no hay tanto trecho": acaso el resquemor de un miedo capital que tanto a Ernesto como a Sebastián, bajo la oficiosa lujuria de Mariana y la absolución que Matilde es, los deja en libertad para compartir la piel, para transfigurarse en la perpetuidad espasmódica del escalofrío, para elevar el Pecado a nivel de Gracia o de Virtud, por supuesto, igualmente, capital.
***Obra de Martín Zapata presentada en el marco del III festival Otras latitudes 08, en el Teatro Julio Castillo, del Centro Cultural del Bosque los días 2 y 3 de septiembre.

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