miércoles, 10 de junio de 2009

Los pliegos cogitantes del doctor

Los pliegos cogitantes del doctor: o la efeméride sin tregua.

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Con la memoria invicta, su fe declarativa no altera en las palabras lo que parece geometría abastracta, pero no olvidemos que Roberto León, antes que poeta, es filósofo, por lo tanto, sus palabras, aunque parezcan, no son ni geométricas ni abstractas.

Sin renunciar a la maravilla con la que el lenguaja puede ejercer su mímesis, este poeta logra fusionar los dos misterios: el laberirnto lógico y la seducción por transgredir y con ello incendia todos los párvulos que lo circundan para –también- beneficiarse él con la simbiosis porque ahora, desde esa dualidad artesano-intelectual, se aprecia una mirada retrospectiva que tiene en las vivencia –dolorosas o algarábicas- del pasado, el faro en que derivan sus albricias del presente.


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Este libro no es, bajo ninguna circunstancia, un acto de renuncia, es, en todo caso, un acto de asunción en cuya penitencia pueden intuirse los pecados. Con paradigmas básicos, que no simples, concreta estos pliegos cogitantes en los que cohexisten los testimonios de un nihilista a contrapelo con ciertas ¿fantasías? hedonistas en este ejercicio confesional carente de mitos y antifaces que vislimbran sus arrecifes almáticos y los de sus semejantes.

En ninguna de sus sílabas econtramos rubor o titubeo por concretar esa rara alianza entre un ritmo y un rito triunfante que desde lo más profundo de su naturaleza lúdica se nos entrega como amante plena. Tampoco es perceptible en la consonancia de sus rimas pretención alguna para competir con la estridencia ni con el porvenir de estos relámpagos de mayo que en su coro de luz y asimetrías, junto conmigo, le damos la bienvenida a este onomástico de vida que se llama “Ni poeta ni agachado, sólo intimidad”.

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Aforismos encubiertos o acrósticos mutantes, parábolas o apologías, no importa: no conozco todavía de un laberinto que renuncie a transponer su propio Minotauro. Tampoco debe preocuparnos la intermitencia de esas Dulcineas apócrifas y Fuensantas pospuestas. Lo que verdaderamente importa es el juramento implícito para decir verdades y la generosidad de este bohemio que renuncia a ser Arturo porque le apuesta más a la perversidad que a la pureza.

Conozcamos a Roberto León Santander, poeta que no nació en una rivera del Arauco vibrador, sino en las proximidades de la de San Cosme y conozcámoslo desde la emoción y la amistad porque en el corolario de este testimonio no hay arqueología verbal ni futurismo léxico. Hay, en todo caso, un perpetuo presente del indicativo que nos lleva, como el plano del pirata, a la cueva del tesoro.

Dejemos el prejuicio en la antesala, pero, sobre todo, disfrutemos de esta declaración cronológica que reclama la dipsosición de todos nuestros albedríos para comprender esta confesión nerudianamente coincidente de alguien que ha vivido: Ni poeta ni agachado, sólo intimidad.

A los pliegos me remito.

Juan Manuel Bonilla Soto

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